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Pruebas de Madurez

Acabado el curso de 2º de Bachillerato, mi hija Hebe se dedica en estos días a estudiar para las pruebas de Selectividad. Y recuerdo que algo parecido me tocó realizar a mí hace casi medio siglo. Aunque aquellas tenían otro nombre: pruebas de Madurez; y el curso que las precedía se llamaba Preuniversitario (Preu).

Me examiné en septiembre…

Hace algún tiempo, conté en esta certepática ventana la experiencia de mi primer suspenso académico. El segundo de ellos fue la causa de que me examinara de Madurez en septiembre: en septiembre del curso anterior, alumno yo libre de 6º de Bachillerato, caí en Griego.

No conocía, lo cual es lógico, a la profesora que vigiló y corrigió. Y hoy, aparte del suspenso que me endiñó, nada recuerdo de ella. Mejor dicho, me acuerdo un único detalle de su persona: que llevaba las piernas sin depilar. Lucía unas cerdas montunas que no auguraban nada bueno. Y me suspendió. Supongo que no sería por mirarle indiscretamente las piernas, falta en la que yo, exseminarista y catetillo en ejercicio, bien (o mal) pude haber incurrido.

El caso es que ello me obligó a ser alumno oyente, no matriculado, del curso Preuniversitario, en el Instituto Padre Suárez de Granada. Compartí, por cierto, esta peculiaridad académica de «la libertad» con varios compañeros rebotados del Seminario Virgen de Gracia: por aquella época los seminarios españoles estaban sufriendo una severa desbandada.

De la profesora de Griego de aquel Preu, sí que me acuerdo: doña María Gracia Lazcano, competente, encantadora, norteña afincada en Granada, vocacional de la enseñanza, entusiasta de Homero y de los aqueos, de una elegancia inspirada en (o por) la mismísima Atenea.

No me tuve que volver a examinar del Griego de 6º: tenía un sobresaliente en el de Preu, que se haría oficial en septiembre. Y en septiembre sí: las pruebas de Madurez; acabadas con un éxito paradójico: porque yo seguía estando verde, verde, verde.