Quiero hacer un soneto que suene todo el año:
en el viento de marzo y en la lluvia de abril,
en la risa de mayo, de esplendor juvenil,
y en la fuente de junio, la de canoro caño;
en el tórrido julio, que nos arroja al baño,
en el mágico agosto, el de áureo perfil,
en el frutal septiembre, el de aroma sutil,
y en el ceñudo octubre, que nos forra de paño.
Un soneto que cante el noviembre hogareño,
y diciembre que junto al fuego nos apiña
y con vino y con leña nos contenta y apaña;
y el enero: otra jarra y a la lumbre otro leño
mientras la nieve cubre el monte y la campiña;
hasta que al fin febrero va aflojando su saña.
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Lo que daría yo ahora por un leño en la chimenea y una conversación amena sin poder (ni querer) huir porque diluvia y hace mucho frío fuera.
Tenemos espíritu de contradicción: estamos a punto de comenzar oficialmente el verano y tú lo que quisieras es sumergirte en el profundo invierno.
La añoranza y la melancolía me llevan a desear el frío.