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Avanzaba de espaldas aquel río…

Avanzaba de espaldas aquel río.

 

No miraba adelante, no atendía

a su Norte –que era el Sur.

Contemplaba los álamos

altos, llenos de sol, reverenciosos,

perdiéndose despacio cauce arriba.

Se embebía en los cielos

cambiantes

del otoño:

               decía adiós a su luz.

Retenía un instante las ramas de los sauces

en sus espumas frías,

para dejarlas irse –o sea, quedarse–,

mojadas y brillantes, por la orilla.

En los remansos

demoraba su marcha,

absorto ante el crepúsculo.

 

No ignoraba el mar ácido, tan próximo

que ya en el viento su rumor se oía.

Sin embargo,

continuaba avanzando de espaldas aquel río,

y se ensanchaba

para tocar las cosas que veía:

los juncos últimos,

la sed de los rebaños,

las blancas piedras por su afán pulidas.

Si no podía alcanzarlo,

lo acariciaba todo con sus ojos de agua.

 

¡Y con qué amor lo hacía!

 

Ángel González, Prosemas o menos, 1983