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Una mujer bajita

Lo es según nos dice ella misma en Mi país inventado: su estatura es de uno cincuenta. En lo demás es muy grande: en su capacidad vital, su inteligencia y sensibilidad, su maestría fabuladora y literaria.

Publicó su primera obra importante, su primera obra maestra, en 1982, justo el año en que García Márquez recibió el Nobel de Literatura. Los comentarios que uno entonces más leía o escuchaba venían a concluir que aquella novela de Isabel Allende era una imitación de Cien años de soledad y del estilo del colombiano. Así que uno, en pleno arrebato ante la obra de Gabo, pasó sin pararse ante La casa de los espíritus.

Transcurrieron muchos años antes de que, más o menos casualmente, tomara en mis manos la novela de la Allende y me dejara atrapar por ella desde la primera página.

Para entonces había leído mucho a García Márquez: cuatro o cinco veces había leído Cien años de soledad, por lo menos.

Aun así, no vi imitación alguna por parte de Isabel Allende. No digo que no hubiera algunas concomitancias: al fin y al cabo, no había tantas distancias ni en los tiempos ni en los territorios. En las vidas de los autores también había coincidencias, por ejemplo la importancia de la figura y de la casa del abuelo materno. Por lo demás, la de Allende era una historia totalmente distinta. Esto era Chile, no Colombia. La capital era Santiago, no Macondo.

A pesar de que La casa de los espíritus me pareció una obra maestra, pasó mucho tiempo sin que yo volviera a tener entre manos otro libro de Isabel Allende. Por fin este verano, también más o menos casualmente, me regalé Retrato en sepia. Y vuelta al mismo enganche y admiración.

Pero esta vez sí me he dejado ganar del todo. Después de Retrato en sepia me he leído otros cuatro libros de la autora; el último, que terminé ayer, Mi país inventado; precioso; no es una novela sino una obra ensayística y autobiográfica. Y espero seguir regalándome con algún otro desde mañana mismo.

He leído, es cierto, algunas durísimas críticas: más descalificaciones e insultos que verdaderas críticas; más envidia cochina que análisis racional. Críticas que, por cierto, no han hecho mella en los lectores: Isabel Allende, la autora que más vende (que se jodan los envidiosos con mi pareado); como antes García Márquez.

Así que, amigos lectores, no hagáis lo que yo; no esperéis a estar jubilados para dejaros ganar por esta escritora de baja estatura y de gigantesca genialidad.

El primo G

Era primo hermano de mi madre. Y mi madre, que tenía un corazón muy grande y muy repartido, lo quería muchísimo; y disfrutaba con los ratos de charla y confidencias que improvisaban en nuestra casa, en la del primo o donde se terciara.

De él guardo muchos recuerdos, aunque yo no tendría más de nueve o diez años cuando emigró a Cataluña para siempre, y creo que no lo volvimos a ver.

Recuerdo su cara y su sonrisa, su atuendo y su pulcritud; y su tos, quizá consecuencia de haber castigado demasiado sus pulmones en las duras jornadas de trituración del cáñamo en el caballete, para la obtención de la fibra.

A mí me apadrinaba, me quería. Gracias a que él se responsabilizaba de mi cuidado, pude formar parte de la comitiva en algunas excursiones parroquiales: al Hotel del Duque, al Veleta.

Recuerdo un día en el que le ayudé en un trabajo de verdad: colgar el tabaco en el secadero. Me explicó cómo hacerlo y en seguida aprendí la técnica. Yo, abajo, en el suelo, iba enganchando las matas una a una, tratándolas con cuidado para no dañar las hojas; y él, desde arriba, tiraba del hilo hasta que la columna de matas estaba completa y yo hacía el nudo final. Al acabar la faena, me pagó con un libro que a saber de dónde había sacado. Era un libro nuevo, completamente inadecuado para mi edad y formación; un libro de lingüística que, por su tamaño y color, bien podía ser de la Biblioteca Románica Hispánica de la Editorial Gredos. Anduvo algún tiempo en mi casa, extraviado como un ruiseñor en un gallinero, hasta que desapareció. Lástima: se adelantó demasiado en el tiempo; todavía tenían que transcurrir algunos años, para que yo me convirtiera en estudiante de Filología Románica.

Como aquel libro, también el primo G desapareció, se fue del pueblo, emigró. Pero mi madre y él mantuvieron el contacto gracias a una comunicación epistolar por persona interpuesta, o sea por mí. Mi madre, la pobre, no sabía de letra.

El primo G siempre expresaba en sus cartas su alegría y disfrute de su nueva vida. Para él, la liberación de las ataduras del pueblo -un pueblo chico, ruin y feo el nuestro, por qué no decirlo- tuvo un doble efecto: el económico, por fin un trabajo estable y decente, y el personal, por fin podía vivir su condición de homosexual con algo de libertad. Y, aunque sin duda durante algunos ratos sintiera la nostalgia por los objetos de su afecto a los que había puesto distancia, también sin duda fue más feliz y vivió una vida más plena que si se hubiese quedado en nuestro pueblo.

Vacaciones

I

Nos vamos de vacaciones.

No en avión sino en tren.

En trenes se viaja bien,

no tan bien en aviones.

Con maletas e ilusiones

ya estamos en el andén.

Ya esperamos a que den

vía libre a la partida.

¿Y adónde vamos, mi vida?

A… De Nuestra Muerte Amén.

 

II 

¿Por qué tan lejos

te vas de vacaciones?

La condición humana y sus flaquezas

están en todas partes.

Y en todas la belleza de la Tierra.

¿Buscas algo distinto?

Todo es distinto a cada instante,

acuérdate de Heráclito. Por tanto,

¿no será que no miras muy atento

lo más cercano?