Empecemos con una nota filológica. El sustantivo ‘colonia’ no procede, como podría creerse, de Colón -Cristóbal Colón-, aunque el descubridor de América, propiciara la más ingente construcción de colonias que haya tenido lugar en la historia de la humanidad. No. Procede del verbo latino colo -hay un verbo hermano y casi homófono en el griego antiguo-, que no tiene significados de carácter negativo sino que todos son positivos: cultivar, cuidar, habitar, venerar…
Resulta que aquellos romanos de la Antigüedad, que hablaban latín, fueron bastante dados a la práctica de establecer colonias: así crearon su imperio.
Aunque mi reflexión de hoy no la ha suscitado el imperio romano sino el virus del Ébola. Porque hay que ver… Algo tan minúsculo como un virus, algo que en principio no es ni siquiera un ser vivo, se adueña del organismo de una persona y lo coloniza, pone a las células del otro a trabajar a su servicio: hasta que acaba con esa persona y tiene que encontrar otra para convertirla igualmente en su colonia.
Pero tampoco es que yo quiera hablar de la epidemia de ébola. Ni sabría hacerlo.
La idea sobre la que yo quisiera incidir en estas líneas es la de que el fenómeno de la colonización, la tendencia a establecer colonias, es frecuentísima en la naturaleza y en la vida humana. ¿Y esto es bueno o malo? Creo que la respuesta dependerá de a quién se lo preguntemos. El colonizador seguramente dirá que es bueno.
Es tan frecuente esa tendencia -y aquí quería yo llegar- que se puede encontrar en la relación entre dos individuos humanos, cuando uno de ellos actúa con el objetivo de convertir al otro en un campo de beneficios para sí mismo.
Este colonizador no se va a presentar ante su posible colonia enseñándole sus cartas, su juego; más bien adoptará una apariencia de individuo servicial, incluso abnegado, nunca egoísta, para ir ganándose la confianza y la voluntad del otro. Y, efectivamente, sin prisa y sin pausa, irá adueñándose del terreno; o sea del otro individuo, hasta convertirlo en un ente al servicio de su colonizador.
Ahora bien, si el individuo colonizado, por un instinto de supervivencia que hace saltar en él la alarma antes de que todo esté perdido, tiene una reacción de rechazo del colonizador y de recuperación de sí mismo, la respuesta del colonizador puede ser de dos tipos: de mera sorpresa -de la que pronto se recuperará para ponerse a buscar otro huésped- o de arrasadora violencia: «Tú eres mío -o mía- y antes de permitir que seas de otro te destruyo.»
El que tiene tendencia a ser colonizador -seguramente lo lleva en los genes- no va a cambiar fácilmente. El que tiende a ser abierto y confiado puede verse en apuros.
Y tú, ¿cómo eres?
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