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Maridos

Pongamos de mediana edad. Parejas heterosexuales. Se reparten en los siguientes grupos (sin contar algún otro):

Parados de larga duración. Sometidos a un tratamiento antidepresivo muy fuerte. Se pasan el día tirados en el sofá, y de cuando en cuando se rascan el telemando (sin perdón por el pareado). A media tarde se toman su ración de estimulante y se echan a la calle a pasear sus miserias. Gracias a lo cual, la sufrida esposa puede ventilar el cuarto, pasarle la aspiradora al sofá, niquelar los ceniceros y ver alguna teleserie.

Chapuzas vocacionales. Todo el día aperreados y asendereados en la vieja furgoneta, con tantas ganas de cambiarla por la nueva Peugeot Expert como de cambiar a la esposa por la vecina del 3º. Si asoman por la casa, se limitan a recoger algunas herramientas de la habitación que hace de taller y a echar una mirada en el frigo, a ver si hay una cerveza fresca y una tapa que les guste. En caso afirmativo, las liquidan sin sentarse, y ya están en el portal cuando aún no han terminado de masticar el último bocado.

Clase media legítima. Trabajo estable, entre agotador y comodísimo en función del temperamento del sujeto, no del trabajo en sí. Horario regular. Este buen hombre sabe que, en llegando a su casa, se convierte en el servicio de mantenimiento: siempre hay algún enchufe roto, alguna puerta que chirría, alguna ventana sin pintar, algún pomo sin atornillar. Realiza sus laboreos domésticos generalmente con paciencia. Pero a veces se siente agotado, incapaz, rebelde. Así que llega a casa, curiosea en el frigorífico -¡qué manía!- mientras la señora le cuenta el problema que tienen con el niño, o el niño con el cole, o el cole con el niño -él no llega a enterarse bien de cuál es el problema-, se pone el chándal, coge el smartphone y los auriculares, le pone cara de derrota a la señora, y sale diciendo, como para sí, que necesita respirar.

Clase alta. Muuucha pasta. Este marido es un honrado empresario muy montado; o un lince para los negocios; o un político en el poder; o un narcotraficante; o un Dr. Vivales. Viven en un chalé de alta cama. Garaje con tres bólidos de alta gama. Dos hijos: el mayor con niñera -aunque es ya un adolescente- y psiquiatra; el menor, interno en un colegio de Muchaschuches. Él casi nunca para en casa. Mucho trabajo. Muchos compromisos. Muchos viajes. Muchas aventurillas.  La señora, encantada con las largas ausencias maritales. Ella tiene su vida. Sabe que puede tirar de tarjeta bancaria sin miedo al agotamiento. Ella se agota en el gimnasio, o en la cama con el amante ocasional. Periódicamente lleva a cabo reformas en la casa, por no aburrirse o porque ha visto cosas en casa de una amiga-enemiga, cosas que la han llevado a plantearse algunos cambios, siempre guiada por reputados profesionales. Él, ocupado en lo suyo, la deja hacer.

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