Creo que fue el año pasado por este tiempo -¿o hace ya varios años?- cuando Vargas Llosa nos comentaba, en uno de sus artículos en El País, lo que ya era en él una costumbre: aprovechar el período vacacional para hacerse una cura de adelgazamiento en una clínica de Marbella. Lo cual no dejó de chocarnos, dado que uno ha tenido siempre a don Mario por hombre enjuto.
Recientemente, en su penúltimo artículo a día de hoy, ha vuelto a sacar el tema. Y además nos ha dado pistas acerca de las causas que le hacen aconsejable el susodicho tratamiento:
[…] el ayuno tiene por finalidad desagraviar a mi pobre cuerpo de las duras servidumbres a que lo someto el resto del año, con los viajes, jornadas de trabajo exageradas, compromisos sociales —los horribles cócteles— y culturales, así como las demás tensiones, preocupaciones, sobresaltos y desvelos de la vida cotidiana.
Causas que, así presentadas, parece que debieran ser compensadas no con ayuno, sino con descanso en un lugar no demasiado alejado de su domicilio, para evitar nuevos viajes, pero sí apartado de «jornadas de trabajo exageradas, compromisos sociales» y demás pejigueras; y provisto de buena mesa, puesto que el vivir sometido a las servidumbres laborales y sociales más enflaquece que engorda.
Al hombre importante se le invita a reuniones en las que con frecuencia abundan las buenas viandas, pero no para animarlo a que se siente y se hinche como un chancho, sino para obtener de él favores y nuevos compromisos, beneficiosos para otros, pero que a él mismo le proporcionarán, más que agrado, engorro, malestar y pesar.
Las comidas del hombre importante siempre nos recuerdan el almuerzo del gobernador Sancho Panza en la ínsula Barataria (Don Quijote, II, 47), en el que el buen Sancho estuvo a punto de salirse de sus casillas y matar a garrotazos al mal doctor Pedro Recio de Tierteafuera, que lo quería matar a él de hambre ante tantos y tan ricos manjares.
En otro pasaje muy anterior de la obra (I, 11), Sancho ya había hecho declaración solemne de sus gustos como comensal:
[…] como yo tuviese bien de comer, tan bien y mejor me lo comería en pie y a mis solas como sentado a par de un emperador. Y aun, si va a decir verdad, mucho mejor me sabe lo que como en mi rincón sin melindres ni respetos, aunque sea pan y cebolla, que los gallipavos de otras mesas donde me sea forzoso mascar despacio, beber poco, limpiarme a menudo, no estornudar ni toser si me viene en gana, ni hacer otras cosas que la soledad y la libertad traen consigo.
A Vargas Llosa, que, como don Quijote, sí asume los compromisos sociales que su condición y profesión le imponen, más le corresponde la delgadez del caballero manchego que las gorduras de su escudero. Somos los Sanchos de estos tiempos, y no los Quijotes, los que deberíamos acudir a los centros de adelgazamiento; no a los selectos como el de Marbella, donde, al parecer, más que sacarte la manteca de la barriga, te la sacan de la cartera.
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