Arturo Pérez-Reverte tiene muchos lectores y algunos detractores. Yo me encuentro entre los primeros.
Hay una coincidencia que, a él escritor y a mí lector, nos aproxima: somos coetáneos, con solo unos meses de diferencia en el nacimiento. es probable, por ejemplo, que, en nuestros años de formación, en aquella España miserofranquista y tristecatólica, estudiáramos los mismos libros de texto, y que nuestros profesores estuvieran cortados por patrones biográficos bastante parecidos.
Hace años -no sé cuántos: últimamente todos pasan veloces- mi compa JC, uno de los verdaderamente aficionados a la lectura, después de reconocer que Pérez-Reverte le gustaba mucho, le ponía un reparo: era demasiado fácil. Para mí sobraba el «demasiado». ¿Qué conductor -otro ejemplo- se quejaría de que una carretera es demasiado ancha, o demasiado recta, o demasiado bien señalizada?
En el instituto, un curso se nos ocurrió poner en 3º de ESO el primero de los Alatristes como lectura obligatoria. Y los muchachos se quejaron mucho: era demasiado difícil, no entendían nada.
No entendían nada aunque tenían quince años y ya llevaban nada menos que doce escolarizados. ¡Qué vergüenza para ellos, para sus padres, para sus profesores, para su puñetero Gobierno!
Esta última semana, en su página de XLSemanal, Reverte, escritor y marino, nos hablaba de la biblioteca personal que lleva en su velero. Naturalmente, como todo buen escritor, él ha sido, desde su tierna infancia, un voraz lector. Ahora, en esta página, asoma la melancolía de que el tiempo se acaba, se le acaba al hombre y al lector:
[…] siempre existe la melancólica certeza de que, por mucho que vivas, nunca acabarás de leerlos todos; que la vida tiene límites, que siempre habrá libros de los que te acompañan que apenas abrirás nunca, y que un día, tanto ellos como los ya leídos caerán en manos de otros lectores: amueblarán otras vidas.
Yo, su coetáneo, me planteo ya la posibilidad, para el futuro que me quede, de no leer ningún libro nuevo; y dedicar mi tiempo de lectura a releer lo bueno hasta aquí leído. Aunque no me decido del todo a seguir este criterio. Más me atrae una posición intermedia: no me voy a meter en lecturas de autores para mí desconocidos, pero seguiré leyendo obras nuevas de autores que ya están instalados en mi vida como amigos leales, de los cuales acoger un libro nuevo es como era antes recibir una carta de un familiar lejano y querido, del que nunca nos olvidamos por mucha distancia que nos separe.
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