Vuelve a mis manos, no sé cómo, el último -por ahora- de Muñoz Molina, Como la sombra que se va. Lo leí antes de Navidad, o sea hace un mensiglo. Aun con tanto retraso, voy a aprovechar este reencuentro para plasmar aquí algunas consideraciones que me fueron surgiendo durante su lectura. Y vaya por delante, por si hubiere duda, que soy devoto de San Antonio Muñoz Molina desde El invierno en Lisboa.
Primera consideración. Acerca de la amplia sonrisa profidén del autor en la foto de la solapa de portada. No es un selfie, claro está. La foto la ha hecho Ricardo Martín. Pero el autor del libro habrá dado su consentimiento para que sea esta la foto suya que aparezca. ¿Se ha seleccionado por contraste? En sus libros y artículos -no sé en su vida privada- Muñoz Molina manifiesta la misma carencia de humor -eso que inspira las sonrisas e incluso las carcajadas- que un santo románico de piedra. Y en ello el presente libro no es una excepción. Tampoco el tema principal se presta mucho para la risa: la triste vida de James Earl Ray, el asesino de Martin Luther King.
Segunda consideración. Acerca del empeño del autor en llamar novela al libro. Término que repite a lo largo de la obra; y con más insistencia en el colofón, la «Nota de lecturas, agradecimientos». Sólo en la última página, la 531: «obtener materiales decisivos para la escritura de una novela», «agradecer algunos pormenores cruciales de esta novela», «La novela está dedicada a ellos cuatro». A mi modo de ver, este libro no es una novela, no inventa nada, a lo sumo algún detalle de la vida de la vida íntima o privada de Ray. En su estructura, el libro va alternando, o trenzando, capítulos sobre Ray y capítulos sobre el autor; de modo que, según el capítulo en que estemos, percibimos un reportaje muy documentado y muy literario o nos encontramos con un ensayo autobiográfico. Acogiéndonos a la expresión usada por el cura amigo/enemigo de Alonso Quijano/don Quijote -conversación con el canónigo de Toledo, al final de la primera parte-, cualquier novela puede hacer uso de la «escritura desatada destos libros», pero no cualquier libro de escritura desatada es una novela.
Tercera consideración. Acerca de la destinataria del escrito. Porque, desde las primeras páginas hasta las últimas, encontramos que el autor se dirige a una destinataria concreta, como quien escribe una larga carta personal, que no es ni puede ser otra persona ni personaje que su esposa, la escritora Elvira Lindo. Desde las primeras páginas: «tu presencia junto a mí y en el espejo, la penumbra que siempre te gusta modular, echando cortinas, apagando luces, dejando puertas entornadas» (página 15). Hasta las últimas: «Si tú no estás, hacia las nueve de la noche paro de escribir» (página 523). Y no resulta nada coherente que a su compañera de casa y de viajes de investigación y documentación se dirija. Una actitud lógica esperaría un destinatario que desconozca, al menos en su mayor parte, el contenido del escrito, no una destinataria que ha asistido a su gestación desde la concepción hasta el parto. Lo mismo que carece de lógica que, en el colofón, la segunda persona (tú) se convierta en la tercera persona (Elvira Lindo), ni que la destinataria se convierta en dedicataria: «La novela está dedicada a ellos cuatro, y a Elvira».
Concluyo. Con una cita de memoria, no literal pero casi. Recuerdo que cuando apareció publicada La noche de los tiempos (2009), esta sí que novela, y de bastante mayor extensión que la sombra que se va, José Luis García Martín hizo en su blog (Café Arcadia: ved el enlace en la columna de la izquierda) un comentario ambiguo y maligno: Para saber que esta novela de Muñoz Molina es una obra maestra no hace falta leerla, afortunadamente. Yo digo que sí, que hace falta leerla, leerlas. Y afortunado aquel que puede gozar de su lectura.
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