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¡Ah, María!

¡Ah, María!

Te amaría

si yo viera

que por fuera

eres fiera,

mas por dentro,

hasta el centro,

ambrosía

roja y fría

cual sandía.

 

¡Ah, María,

cómo eres!

Si me quieres

y hasta infieres

que mujeres

de tu talla

nadie halla

más que yo,

no que no,

di que sí,

ven a mí.

 

Ah, María,

te creí,

te serví,

te perdí.

Y morí,

ama mía,

por ti.

Reflexiones electorales

Muy sintéticas, que el tiempo es oro.

Primero. El PSOE me tiene muy, pero que muy decepcionado. Ya desde la última legislatura de Felipe González, cuando pudimos constatar que para él y sus cuates lo importante era el Partido, no el buen gobierno de España. Lo de Zapatero fue muy triste. Y en Andalucía, los resultados de tanto gobierno socialista… están a la vista. Así que la Sultana Díaz no va a contar con mi voto.

Segundo. Al PP se le han pegado los trepas como las garrapatas a la piel de un perro. Aznar se volvió megalómano, se creyó uno de los cuatro reyes de la baraja, pero se dejaba acorralar en la intimidad. Rajoy ha confirmado en su mandato lo que prometía en campaña: nada. Y en Andalucía a Juanma Moreno (como a la Sultana) habría que decirle: búscate un trabajo; y cuando demuestres que vales para algo fuera de la política, vuelve a la política.

Tercero. A los de Podemos (ya es indicio de incoherencia que como nombre se pongan un verbo) les digo un eslogan: el problema no es la casta sino la pasta. La pasta del dinero y, más importante aún, la pasta de la que estamos hechos los españoles: es una pasta de mala calidad, una masa floja de la que no sale buen pan ni buena torta. Y aviso para el votante desavisado: el «nombre» Podemos no lo han tomado del verbo poder sino del verbo podar. Así que, si llegan al gobierno, es probable que los recortes que conocemos nos resulten una nimiedad comparados con la poda de entonces.

Cuarto. Rosa Díez nos fue recomendada en la campaña de 2011 nada menos que por el mismísimo Vargas Llosa. No le hicimos caso al ilustrísimo: la votamos poco. Y ahora nos alegramos: tiene una tendencia, al parecer innata, a la descomposición.

Quinto. Albert Rivera es uno de los Ciudadanos ejemplares. Entró en la política desnudo. Un buen desnudo que tiene el tío. Así que esperamos que, si gobierna (él o su cuate andaluz Juan Marín), emulará al Sancho Panza gobernador de la ínsula Barataria y gobernará bien, como Sancho. Y, como Sancho, se desnudará otra vez al final de su mandato; y dirá como él: desnudo llegué al gobierno y desnudo me hallo, ni pierdo ni gano.

Y nada más de mi parte. Que ustedes lo voten bien.

Cuarenta y cuatro cuadernos

En la caja del súper, con cierta frecuencia, me he encontrado a alguna antigua alumna trabajando de cajera. Hoy he encontrado a una pagando su compra, como yo. De pronto su cara, que antes me había resultado vagamente familiar, se me hace reconocible, aunque no con total seguridad. Al final es ella la que se dirige a mí. Sí: es Rocío. Fue, en el instituto, una alumna excelente: inteligente, estudiosa, discreta y atenta. La mayor de unas cuantas hermanas que nos fueron llegando después. Me gustaría saber que le va bien, que está contenta con su vida. Los indicios que capto en su entorno próximo son buenos. Pero ni es el lugar ni el momento ni la circunstancia para más de lo que supone un saludo apresurado.

Ahora, en la casa, podría refrescar mi memoria con algún dato de cuando ella era alumna, o ver cuál es el día de su cumpleaños. Lo podría hacer porque he conservado los cuadernos de control de alumnos que manejaba en el insti. Hace pocos días los retomé; y, en lugar de tirarlos, los ordené cronológicamente y los numeré: cuarenta y cuatro cuadernos de veinticinco cursos en el IES Saladillo.

No voy a buscar las fichas de Rocío. Ya sé que sus notas eran siempre muy buenas, y no siento ninguna curiosidad por saber exactamente su edad, ni la fecha de su cumpleaños. Porque para desearle toda la felicidad, la posible e incluso la imposible, no tengo que esperar hasta esa fecha.