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Juan es lava al dente

Cita médica en una policlínica del centro. Voy andando: cuarenta y cinco minutos. Sala de espera: setenta y cinco minutos. Examino discretamente a mis coesperantes. Saludo a una antigua alumna que porta cochecito de bebé. Saludo a algún otro conocido. Leo prensa en mi esmarfón. Entro en consulta. Enseño mi pupa a la doctora y ella me receta: quince segundos. Ella me pide disculpas por el retraso, yo le pido disculpas por presentarme en consulta con tan poca pupa. ¿Y me vuelvo a mi casa? Ni hablar. Me voy a la librería. Ojeo y hojeo libros: una hora -a mi afán ansioso lisonjera-. Llevo en la mente un libro muy concreto: no desvelo ni título ni autor por crear algo de intriga. Ni lo veo en los estantes ni llego a preguntar por él. Al final del recorrido me llega a las manos uno que se niega a soltarse. Y me lo tengo que llevar. Digo cuál: Historia de la Segunda Guerra Mundial contada para escépticos, de Juan Eslava Galán. Y, ahora sí, me vuelvo andando. Con mi carpeta médica y mi libro.

Eslava Galán no les cae bien a los progres del país (de El País). Es tan frívolo… se podría decir que es procaz e incluso chocarrero. ¡Y machista! A mí estos progres me recuerdan a aquel monje de Umberto Eco –El nombre de la rosa- que hacía morir envenenados a todos los cofrades que leían la Poética de Aristóteles: porque ensalzaba la risa.

Yo prefiero la nobleza horaciana del docere delectando. Que es lo que hace Eslava. Sus novelas son divertidos y apasionantes libros de historia. Sus libros de historia son novelas geniales.

Me vuelvo a la lectura de mi nuevo libro. Voy por la página noventa. Reproduce muchas fotos: las miro todas atentamente. Se complementa con muchas notas a pie de página; y no me salto ni una: son tan amenas e instructivas como el cuerpo del texto. El libro que llevaba en mente cuando entré en la librería… tendrá que esperar.