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Altares e infiernos

Hasta los diecisiete años, edad en la que me volví un ateo irrecuperable, viví en un mundo similar, en aspectos de mucha relevancia, al mundo en que había vivido Gonzalo de Berceo, siete siglos y medio antes: un mundo en el que los humanos se debatían entre fuerzas angelicales y protectoras que hacían lo que estaba en su mano para llevarlos al Paraíso, con Dios y Santa María, y fuerzas malignas que no perdían ocasión para empujarlos al precipicio en cuyo fondo los aguardaba Belcebú con toda su corte, en un infierno de fuego inagotable.

Actualmente, yo no sé si están en regresión las religiones convencionales, las de antiguo origen. Quizá no. Quizá se pensó que sí allá por los años setenta del pasado siglo; se pensó que con el desarrollo de las ciencias y de la tecnología, y con una izquierda moderada e ilustrada en los gobiernos de los países, afloraría una sociedad de hombres «libres e iguales», que tendrían una jornada laboral liviana, a los que quedaría tiempo para el ocio clásico, el enriquecedor, liberados del oscurantismo ancestral de la religión: narcotizante, embobante y alienante.

Lo que hemos visto, en la medida en que los hombres se han ido desenganchando de las viejas religiones, ha sido que se han creado e impuesto dogmas nuevos, nuevas figuras de culto. Es como si esta especie animal, evolucionada y distinta, necesitara sentir que vive en un mundo de tres niveles: el de los altares, de seres adorados y reverenciados; el de los seres inferiores, carentes de derechos y de dignidad, que sólo merecen hostigamientos y castigos; y el de los hombres propiamente tales, que tienen que andarse vigilantes, y sentirse a la vez vigilados, para no convertirse en reos y ser arrojados a los inferi, al mundo inferior; sino lo contrario: cuanto antes, sin tener que esperar a la muerte corporal ni siquiera llegar a la edad adulta, lograr una apoteosis como la de Hércules, o una asunción como la de Santa María. La gloria de los altares.

O sea, que no tenemos arreglo.

Una respuesta

  1. Se puede decir más alto, pero no más claro.

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