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No hay educación sin libertad

Por una parte, me siento el menos indicado para hablar de educación: «Tú ya te has ido. Deja a los que aún continúan en la briega la búsqueda de soluciones».

Por otra parte, me sigo sintiendo parte del tinglado, porque la docencia es un sacramento que imprime carácter, como el sacerdocio: «Toma el boli y escribe. Coopera de alguna forma, siquiera de esa tan cómoda, para que la cosa -la casa- vaya a mejor».

Creo que las vivencias más penosas durante los últimos años de instituto surgieron enfangadas en el agobio por la falta de libertad.

Falta de libertad para los profesores a la hora de impartir sus materias. ¿Por qué se nos exige tanta preparación, tanto magisterio, tanta autoridad profesional, si se nos va a seguir tratando hasta el último día como a sospechosos de ignorancia, torpeza y haraganería?

Falta de libertad para los alumnos, a los que se recluye cada día en el instituto como si este fuera una cárcel. ¿Cómo se les puede prohibir ir a los servicios incluso en el descanso entre clase y clase? ¿Cómo se les puede prohibir que vayan a su casa durante el recreo, si viven a cinco minutos del centro? ¿Cómo se les puede prohibir que se queden estudiando en la biblioteca, o en un banco del pasillo, en lugar de ir a la siguiente clase, en la que, lo saben, van a perder el tiempo? Porque se han quedado rezagados en Matemáticas y no se enteran de nada; porque sienten antipatía por el profesor de Historia y creen que aprovechan mejor la hora si la dedican al estudio del libro de texto; porque están hasta las narices de análisis morfosintáctico en las clases de Lengua y Literatura.

Si queremos una sociedad de ciudadanos libres y responsables -¿cómo se le puede exigir responsabilidad a quien previamente no se le ha reconocido el derecho a la libertad?-, comencemos por tener unos institutos de educación secundaria en los que la libertad y la responsabilidad sean pilares imprescindibles, ya que sin ellos el edificio se desploma; y, sin institutos, las ciudades son páramos; y, sin ciudades, los países no son sino la selva.