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De animales a dioses

Me llegó la primera noticia de la existencia de este libro en el artículo de Muñoz Molina del 27-09-14, en El País: un comentario entre admirativo y displicente; y tan limitado que, ahora, cuando he acabado de leer el libro, me pregunto -a pesar de mi fe ciega en la ética del jiennense- si él lo había leído, entero y atentamente, cuando escribió su artículo.

Ahora, a posteriori, también he leído la reseña de Martínez Shaw a la que Muñoz Molina alude. Y no me ha gustado. Creo que ocurre que, cuando tenemos dogmas, de fe o de ideología -al parecer es muy difícil vivir sin ellos-, todo lo que atente contra esos dogmas nos provoca rechazo.

Yo lo que digo es que el libro de este profesor israelí, Yuval Noah Harari, me ha parecido la mejor lectura de las no pocas a las que me he entregado en los últimos años.

El libro de Harari responde plenamente al subtítulo: Una breve historia de la humanidad. Desde el comienzo del género Homo, para pasar rápidamente a centrarse en (el) Homo Sapiens -sin artículo aparece siempre a lo largo de la obra-; y para acabar mirando hacia ese futuro nada claro, pero en cualquier caso apasionante y sobrecogedor, que aguarda a nuestra especie.

Es, por tanto, un manual de historia: escrito con el orden, precisión y documentación que este tipo de obras requiere. Y a la vez es una lectura fresca, jovial, amenísima.

En ella pasamos continuamente, de las visiones panorámicas desde una distancia divina, a la proximidad familiar de los hechos concretos y de los ejemplos. Con un constante movimiento de vaivén que, aun leyendo sobre temas trascendentales y sobre casos desastrados -evocando a Manrique-, nos mantiene en el gozo inocente de quien se divierte subido en una vertiginosa atracción de feria.

Harari sí que ha sabido atenerse al principio clásico de instruir deleitando. Que cunda el ejemplo entre los maestros, tan secos y sosos y abstrusos en tantas exposiciones intragables e indigestas.

Por tanto, yo recomiendo la muy gustosa y muy ilustrativa lectura de este libro a todos los que fueron mis colegas, los profes de instituto, especialmente a los dedicados a las ciencias humanísticas. Y a todo el mundo. Y, cómo no, a los alumnos mayores, los de bachillerato.

En estos tiempos, de vez en cuando, nos llega alguna autorizada voz pidiendo que menos historia local y nacional, y más historia universal. Estoy de acuerdo: ampliemos nuestra visión del mundo; no seamos lugareños ni chovinistas ni paletos. Mantengamos nuestra mente abierta.

Ahora bien, si lo que queremos es perseverar en nuestra fe, católica, liberal, marxista o socialdemócrata, entonces no perdamos el tiempo leyendo buenos libros, sino acudamos sin pereza a eso cenáculos en los que piadosamente nos pondrán en la lengua la sagrada comunión, con la cual nos sentiremos cada día más reconfortados y firmes en el camino elegido.

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