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José Manuel

Por su aspecto, a primera vista, se asemejaba sobre todo a la imagen que uno tiene del inquisidor dominico del siglo XVI: seco, adusto, asceta, riguroso, implacable.

Pero nada más alejado de la realidad: cordial en toda ocasión, sonriente y luminoso, conversador infatigable, siempre atento a los matices en las réplicas de su interlocutor, vivamente interesado por todo lo humano.

Para acercarse a un alumno o grupo de alumnos y ponerse a charlar amigablemente, cualquier lugar era bueno: un pasillo, la calle, el supermercado.

Sano y deportista. Para que se bebiera una cerveza de las de verdad, con alcohol, tenía que haber una no pequeña celebración. Y hablaba de las virtudes del agua potable con las mismas sutilezas y primores que otros emplearían al hablar de los riojas o los montillas.

Obrero y artesano en su casa, para tenerla hecha un auténtico palacio. Y ciclista de acero.

Me lo encontré una mañana de abril o mayo, este año. Venía caminando en dirección opuesta a la mía. Y me extrañó:

-¡Cómo es que te estás paseando a estas horas! ¡Cómo es que no estás dando clase en el instituto, como es tu obligación! -le espeté con el fingido -no del todo- recochineo propio del jubilado ante un viejo colega que tiene que continuar acudiendo al tajo cada día laborable. A él le quedaban unos cuantos años de laboreo antes de llegar al retiro.

-Estoy en baja de larga duración. Me han operado de cáncer de próstata -me respondió con la sonrisa de siempre.

Ahora la Parca, que no sonríe ni conversa con nadie, sino que apunta aleatoriamente con su descarnado índice, lo ha tumbado.

Mi sentido pésame a su esposa, a sus tres hijos. Y a todos los que lamentan su pérdida.

Perdón

Ando releyendo la historia del megadepredador, Homo Sapiens. Quiero decir el libro de Harari, De animales a dioses. Hace apenas un mes que terminé la primera lectura: aun así lo que más me apetece es volver a leerlo, frente a otras ofertas que se van presentando en mi mesa de ocioso curioso.

Hace algunos días comencé una lectura de tema más restringido, la historia de España; y a las pocas páginas comencé a sentir claustrofobia. Vuelvo a Harari, me dije, a una historia más grande, a una visión más amplia y a una diversión asegurada. Y en ello estoy. Así que ahora no sé por qué, en lugar de retomar el libro, me entretengo escribiendo estas líneas. Creo que se debe a que me he acordado de un poema de Miguel d’Ors, de su libro Átomos y galaxias. El poema se titula «Perdón», y en él d’Ors evoca y lamenta un lejano día de su infancia en el que, seguramente con una escopeta de aire comprimido como la que usaba yo (unas veces con permiso; y otras, sin permiso), mató una oropéndola. Así que este asesino, que carga en su conciencia unos cuantos crímenes del mismo estilo, otra vez los ha recordado.

¿Cómo un niño del siglo XX podía ser así de despiadado con los hermosos animalillos que vivificaban y embellecían los campos? Eran los genes del megadepredador: no habrá piedad para los débiles, cazar o ser cazado.

Y, ahora sí, vuelvo a mi lectura.

Dos tribunas

Acabo de releer sendas tribunas en EL MUNDO (19 de junio y 25 de junio) de dos mujeres del Partido Popular, Andrea Levy y Cayetana Álvarez de Toledo. Son dos mujeres jóvenes, sólidamente formadas, valientes y dispuestas a llevar adelante la lucha política diaria para la mejora de esta variopinta España.

Si yo viera mucha más madera de la misma calidad en el PP actual, creo que estaría dispuesto a dar mi voto a este partido en las próximas elecciones.

¿Quiere ello decir que defiendo, en política, la opción liberal? Más bien que estaría dispuesto a apoyarla si le veo los valedores adecuados. La misma actitud que adoptaría ante la opción socialdemócrata.

Creo que lo que nos ha fallado, desde que España entró en la vía democrática, no ha sido la opción ideológica y política defendida, sino la honradez personal. Y en sostenella (la falta de honradez) y no enmendalla seguimos. Pero es la honradez personal la que lleva a los estudiantes de secundaria y universitarios a adquirir una sólida formación, la que lleva a los jóvenes profesionales de cualquier sector a rechazar el nepotismo, el clientelismo, la mentira y la corrupción; y la que rige a los mayores para ir dejando, llegado el momento, la responsabilidad y el poder en manos de los mejores de la siguiente generación, mientras ellos se quedan en casa y disfrutan del merecido retiro.

Lo otro, lo de más liberalismo o más socialdemocracia, no cambiará mucho las cosas, si cada ciudadano cumple escrupulosamente sus obligaciones (las de los decretos y las de la conciencia), y no utiliza una doble vara de medir acciones y omisiones: una para sí mismo (y los amiguetes) y otra para los demás.