No hace honor a su nombre: más bien es un pie torcido en alguna de sus partes vitales. Y, por contagio, me está torciendo la vida entera.
Fui al médico de cabecera -primer fallo: debí haber ido al médico de pies-, el cual me dijo que tomara… ibuprofeno; que podía tomar cuatro al día.
Segundo fallo: sólo he tomado cuatro al mes.
Hoy tengo cita con el traumatólogo, aunque no muchas esperanzas de que él sí me encuentre un remedio.
Lo más probable es que, viendo mi edad y mi aspecto, me diga que ánimo, que sólo me duele un trocito pequeño del cuerpo. «No te duelen los ojos ni los oídos; por tanto, puedes leer las novelas de Philip Roth y escuchar las sinfonías de Schubert». Quizá me diga que ande con bastón: eso ayuda y es elegante.
-¿Y tengo que seguir prescindiendo de las bicicleta, doctor, precisamente ahora que están llenando la ciudad de carriles bici?
-A tu edad, muchacho, la bici está contraindicada. Porque una caída, te rompes el otro pie, y pasas directamente del sillín a la silla de ruedas.
Habrá que consolarse pensando en el refrán que decía la vieja Celestina: «Viva la gallina con su pepita». Incluso con sus pepitas; porque esta será una enfermedad crónica más, que se suma a las que ya son veteranas, y tan familiares como parte de la familia misma. Enfermedades que llegaron por transmisión genética unas, por desafortunada coyuntura otras.
Y para mí que esta del pie «derecho» va a tener su origen en los excesos: exceso de pasos y exceso de peso.
En fin… A ver lo que diagnostica el traumatólogo.
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