Entre tener alguna sensibilidad artística y ser un artista hay una diferencia abismal. Sensibilidad, incluso habilidad, artística cualquiera la tiene: en la danza, en la literatura, en el dibujo.
Ser un artista consiste en afrontar esa propia disposición para el arte que se siente que se tiene y hacer de ella el norte y el objeto ineludible de la vida. Y todo lo demás, amigos, amores, familia, va quedando orillado en el camino hacia ese objetivo: la obra merecedora de permanecer incólume ante los derrumbes que produce el tiempo.
Creo que pocos artistas eligen ese duro camino premeditadamente. No sé si todos lo eligen voluntariamente. El azar juega un papel importante en la vida de cualquiera, también en la de un artista.
Los que, sin ser artistas, estamos provistos de sensibilidad artística, de afición, que somos casi todos los demás, también cumplimos una función fundamental para que exista y se desarrolle el arte. ¡Qué es un novelista sin lectores, un actor sin espectadores!
Dicho lo cual, opinaremos que el arte en la vida social no es sino la guinda en el pastel, el lazo en la cinta que sujeta el envoltorio, el pendiente en la oreja.
Si no sabemos apreciar, admirar, sentir la labor del empleado de la limpieza pública, del jardinero, del camarero, del albañil, del dependiente, del mecánico, del conductor, del ingeniero… es imposible que tengamos sensibilidad para disfrutar de un concierto dirigido, pongamos por caso, por Pablo Heras Casado.
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