Cualquiera que se asome a estas entradas de Certe patet, aunque no me conozca personalmente, deduce enseguida que soy aficionado a la lectura.
La cual practico no tanto como deseo. Otros impedimentos aparte, he entrado en esa etapa de la vida en la que la vista se pone torpe, la memoria merma un montón, y cada dos por tres aflora un achaque de salud nuevo, una parte del cuerpo que reclama atención preferencial.
Bueno. Pues mi vieja afición a la lectura se ha visto desde hace pocos días gratificada con el regalo de un Kindle. Algún amigo, más atento que yo a los nuevos artilugios de la tecnología, me ha estado largamente animando para que me lo mercara; y yo me resistía porque siempre tenía un libro de papel entre manos, y unos cuantos más esperando su turno.
Pero por fin me he decidido, y estoy encantado. El aparato en sí, una maravilla; la funda, convertible en atril, está a la misma altura; y la descarga de libros, un prodigio de inmediatez.
Lo he estrenado con la lectura -no relectura- de Guerra y paz, de Tolstói. Razón de la elección: el artículo que en El País del domingo 23 de agosto, le dedicó a este libro Vargas Llosa. Así que doble gozada: Kindle y Guerra y paz.
Cuánto ha cambiado este país -y el mundo entero- desde que «un servidor» aprendía a leer en la «escuela chica» de Gójar, con la estupenda maestra doña Asunción y con el pío libro Hemos visto al Señor. Y entre tantos cambios, la aparición del e-reader, qué gran invento.
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