Mañana se cumplen dos semanas de la muerte del escritor sueco Henning Mankell. Murió dos días después que mi suegra, que no era sueca ni escritora: ama de casa, madre de cuatro hijas y un hijo, cuatro veces bisabuela. Mi suegra ha muerto a los 93; Hening Mankell, a los 67.
Yo ando ahora leyendo las memorias de Mankell, Arenas movedizas, un libro precioso. Podríamos decir que es el testamento literario del autor. Lo escribe tras recibir la noticia de que tiene cáncer, y ya con metástasis; y tras recuperarse en parte del impacto que tal noticia le produce.
Arenas movedizas es un libro libre, escrito al vuelo de la memoria, la sensibilidad, el talento y la grave enfermedad del autor. Está dividido en 67 capítulos: uno por cada año de la vida del escritor, ¿casualidad?, y cada uno un conciso tesoro para el lector.
El capítulo 41 se titula «Alivio». Y en él habla de la importancia que siempre ha tenido en su vida este sentimiento, con anécdotas concretas que lo corroboran. Aunque el episodio que más pormenorizadamente cuenta, no lo saca de su propia vida, sino de la del médico rural Edward Jenner.
Yo tengo casi la misma edad que tenía Mankell mientras escribía estas páginas (él nació en el 48; yo, en el 51). Y la estrecha coetaneidad hace mucho a la hora de comprender a un semejante.
Y pienso, mientras leo este capítulo 41, no sólo en el alivio, y en la importancia que tiene en nuestras vidas, sino también en su oponente, en su antónimo, que es también un parónimo: el agravio.
Quizá no había otro juego de adjetivos antónimos más relevante, en la cultura latina de la que procedemos, que los adjetivos LEVIS/GRAVIS; de los que proceden los sustantivos abstractos alivio/agravio.
Si nuestras vidas son un camino, está claro que son un camino con pocos tramos completamente llanos. Lo que abunda en ellas son las subidas y las bajadas. En las bajadas nos aliviamos, en las subidas sentimos el grave peso del esfuerzo.
Así hasta el final del camino.
No sé cómo se ha sentido Henning Mankell en los últimos días de su vida. Espero que se haya sentido en paz consigo mismo y con el mundo, que haya sentido un alivio profundo y definitivo. De mi suegra, acabada a una edad mucho más longeva, sé que para ella la muerte ha sido el retrasado alivio que esperaba con paciencia.
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