Ven para acá. Qué puedes decir. Reconoces tácitamente la aurora. El aire se ensancha en irradiaciones o en círculos y todo queda listo para una eternidad que no llega.
Yo y tú, y todos los otros, sumados, enumerados, descomponemos el atardecer, mas la fuerza de nuestro anhelo es una victoria levísima.
Somos los herederos de una memoria sin fin. Se nos ha entregado un legado de sueño que nos llega a las manos desde otras manos y otras que se sucedieron con prisa. Llevemos sin parsimonia nuestra comisión delicada. Pongamos más allá de nosotros, a salvo de la corrupción de la vida, nuestro lenguaje, nuestros usos, nuestros vestidos, la cometa del niño, el trompo, la casa.
El niño juega, el niño se adueña de su situación y domina. Es el bandido, el señor, el malvado, el generoso, el risueño. Coge entre sus manos arena y construye un castillo, toma piedras, levanta catedrales o juega con la compacta peonza. Se esconde detrás de una cama o astuto sonríe amparado por el biombo chinesco. Qué risas las que se escuchan después, cuando el niño es descubierto por la argucia de otro, al correr de los siglos.
Buscad, buscad ahora de nuevo sin descanso en la alcoba, detrás del armario, en el cuarto trastero. Allí escondido sofoca su risa el muchacho, reprime el estallido de su felicidad de vivir para siempre, junto a mamá y al perro y al aro.
Buscad, buscad en el desván, en el derrotado jardín, tras el viejo olmo, o el roble o el cedro.
Mirad hacia arriba. Encaramado se encuentra el muchacho, y todo vive como ayer, animoso.
Pongámoslo todo a salvo. Entreguemos pronto nuestro lenguaje a ese niño, enseñémosle a decir «vida», «humanidad», «esperemos». Enseñémosle a hacer una casa, una carretera, un camino. Salvémoslo todo, queda poco tiempo, este campo, salvemos el carromato, el colchón, la vieja cubierta del coche, el carbón del hogar, el atizador, el sombrero. Queda todavía una chaqueta detrás de la puerta trasera, ponla también en el carro. Y el rudo martillo. Algo se nos olvida, no sé lo que es, ay, marchemos, el niño, se nos olvida el trompo, el carrito, el jilguero, se nos olvida el perro guardián. Vete pronto a buscarlo.
Ay que me muero, es el río que ya no se escucha, es el aire que no se respira, es el viento que no corre, y el campo que ya no se ve… Mas vosotros partid.
Carlos Bousoño, Invasión de la realidad. 1962
Me he permitido la libertad de copiarlo como prosa poética.
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