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Felicidad

Mañana, 6 de noviembre, será el día en que diremos «Felicidades» a una persona de esta familia que nos es muy querida.

Uno sabe bien qué le desea a la persona cuando le expresa su felicitación, pero quizá no le fuera tan fácil explicarlo, si es que tal cosa pretendiera.

Porque esto -o eso- de la felicidad no es sino algo abstracto, etéreo, huidizo, algo que a veces creemos haber atrapado por fin y un instante después sentimos que se ha vuelto a escapar.

Respecto a esta cuestión, yo veo la vida humana como una de esas veredas de alta montaña que avanzan serpenteantes por la cresta de una cordillera. El que transita por esta vereda de la vida ve dos vertientes verdaderamente diferentes: una de ellas repele, atemoriza por su aridez y sus peligros (maleza intratable, reptiles venenosos, precipicios); la otra vertiente atrae, nos invita a quedarnos en ella por su frescura y dulzor (floridos prados, árboles frutales, fuentes, canoras aves), pero cada vez que intentamos adentrarnos en tanta hermosura encontramos un obstáculo (un talud, una quebrada, una roca, una espesura).

Si la altura por la que avanza esta vereda nos produce vértigo, podemos imaginarnos lo contrario: nuestra vida no transcurre por las crestas de la cordillera sino que discurre por lo hondo del valle, como un río. «Nuestras vidas son los ríos», escribió Jorge Manrique. Pues bien, este río de la vida humana va fluyendo entre dos laderas antitéticas: una es verdor, frescura, risueños afluentes; la otra es toda sequedad, tormentas, rocas rodantes. El río de la vida va avanzando entre las dos.

Así que en esto consiste el equilibrio, o la tendencia al equilibrio, en el tiempo que se nos ofrece para vivir: un continuo probar lo malo y querer apartarse para evitarlo, y probar lo bueno y pretender aferrarse a ello. Y tanto es así que ni siquiera podemos imaginarnos una vida humana que así no fuera. A quién lo puede atraer una vida de eterna felicidad como la que los curas predican -o predicaban, no sé ahora- para cuando muramos en gracia de Dios. Un infinito aburrimiento, qué horror.

De modo que esto es lo que hay, un ir pasando de lo amargo a lo dulce, y viceversa. Y qué bien el poder llegar a contarlo, como un Gabriel García Márquez, por ejemplo.

Querida C., tú eres muy joven -como cuando García Márquez comenzaba su andadura narrativa-, pero ya tienes mucho que contar. Sigue viviendo y aumentando tu caudal de narraciones.