A los títulos de mis cuadernos de poemas me refiero; a los cuales no llamo libros puesto que no están, ni llevan camino de ello, editados como libros.
Si el visitante de este blog abre la pestaña de nombre Versos, verá que aparecen los títulos de nueve cuadernos:
-Eternamente
-Recogido en la playa
-Cuando llega el dolor
-Calendario de otoño
-Cálamo cano
-Haz de leña
-Pasatiempos
-Grajo gris
-Frutos secos
El titulado Sonetos no cuenta, pues los sonetos que recoge han ido apareciendo, cada uno en su momento, en los otros cuadernos. El cuaderno en el que actualmente guardo los versos que escribo, muchos de ellos ya presentados aquí, en Certe patet, se titula Pureta pirado.
Hace ya bastantes años, no sé cuántos, ideé, como título general para todos ellos, el de Antofonías, que, aunque en principio sólo quería significar «los sones de Antonio», tiene también ciertas resonancias litúrgicas -parecido a antífonas– y de artilugio particular, como greguerías.
Pero, en los últimos meses transcurridos, se ha ido imponiendo en mí el deseo de titularlos Algos. La referencia literaria que contiene tal palabro se encuentra en Don quijote, II, 29.
Hace poco aparecía en el periódico El País una entrevista a Francisco Rico, en la cual decía dos cosas que me llamaron especialmente la atención:
-Yo ya no leo el Quijote, me lo sé de memoria (cita de ídem, como la siguiente).
-A los que se proponen leer el Quijote les recomiendo que empiecen por la segunda parte.
Pues bien, yo, autorizándome en Rico, sugiero ahora, a quien estas líneas lee, que lea el capítulo 29 de la segunda parte; y a lo mejor le resulta tan divertido y sabio que sigue y sigue, y pasa de II, 74 a I,1; y cuando quiere acordar, se ha metido en el alma la magna obra de nuestras letras.
Mejor eso que leer las poesías de Antoñico el gojareño, dónde va a parar.
De todas formas, ahí están mis versos. He escamoteado, o censurado, o excluido, los dos primeros cuadernos (Nictario de caracol y Albores): por humanamente inmaduros, insoportablemente quejumbrosos y técnicamente descuidados. Aunque, quién sabe, quizá literariamente los mejores.
Todos los poemillas que he escrito a lo largo de mi vida, para mí, personalmente, han tenido un valor: el de hacer que me sienta mejor, más contento conmigo mismo. Un valor terapéutico, o literapéutico, por tanto.
Cuando yo muera, en ellos quedará bastante más de mí que en mi cadáver (que bien podría ser almuerzo para las aves de rapiña o pienso para el ganado), y serán bastante más fácilmente conservables, si eso a alguien le interesa: tal vez ocupen menos memoria informática que una simple fotografía.
Y si a nadie interesan, comprendo que nada más lógico: al final, el ancho olvido es el agujero negro que a todos nos aguarda.
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Espero tener tiempo para leer ambos. De su obra tengo bastante leído, pero el Quijote, a veces me propongo leerlo, sin éxito. Quizá siguiendo esas recomendaciones lo consigo. ¡Un saludo!