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Endecha

Esta vez, un romance

de versos heptasílabos;

es decir, una endecha

según libros antiguos.

Sea endecha o desdicha,

sea llanto o regocijo,

o simple ociosidad.

Es verso cantarino

éste de siete sílabas,

este verso que escribo

sin permiso de musas

las del Parnaso altísimo.

*****

Los azares nos traen

a este breve recinto

que llamamos la Tierra.

Y cuando está propincuo

el tiempo de partir,

queremos con ahínco

imprimir nuestra impronta,

patentar que aquí fuimos.

*****

Yo llegué a este planeta

porque la Rosarico

parió un tercer varón;

mientras que su marido,

el Tina, un jornalero,

segaba en un cortijo.

Y me crié muy bien

mientras fui un salvajillo

y bien me defendía

de cualquier enemigo.

Pero luego los curas,

la iglesia, el catecismo

me robaron de casa,

me hicieron un bendito.

Bien me costó volver

a lo que era al principio:

un salvaje, ya a salvo

de santos desatinos.

A ver… Tampoco es eso.

Si me libré del Libro,

caí de lleno en

la magia de los libros.

He sido profesor,

el más hermoso oficio,

he sido padre, esposo.

Lo sigo siendo, sigo

amando a los que amé.

*****

Desde el dulce retiro

a que lleva la edad,

con el mismo amor miro

hacia atrás, al presente

y hacia el fin que mi sino,

sin dejarme leerlo,

me tiene ya prescrito.

O no. Página en blanco,

o quizá un cuadernillo,

queda por escribir,

puesto que sigo vivo.

Romance endecha, tú

serás de mí testigo.

Yatrógeno

Es un adjetivo que encuentro leyendo La doctora Cole, tercera novela de la trilogía de Noah Gordon sobre la saga de los médicos Cole.

El lector no tiene que molestarse en buscar su significado en el diccionario, ya que el narrador lo incluye inmediatamente en un paréntesis. Pero a mí el adjetivo, cuyos dos componentes etimológicos griegos me resultan evidentes (iater, médico; genos, origen), a mí me invita a comprobar si lo recoge la Real Academia en su Diccionario. Y no, no lo recoge. Los académicos tienen miedo a un engorde excesivo del diccionario a base de tecnicismos, prefieren que cada ciencia aguante su jerga; y, sólo cuando los términos se difunden fuera del ámbito de los especialistas, los dejan entrar.

No importa. Tenemos Internet y Google, que rápidamente nos llevan a un diccionario en el que sí viene recogido el adjetivo yatrógeno, y el sustantivo que lo patrocina, yatrogenia o iatrogenia:

Yatrógeno m. producido por el médico, por las técnicas empleadas o por los medicamentos administrados durante un tratamiento.

Iatrogenia

  1. conjunto de todas las patologías o complicaciones producidas por la propia actividad médica.
diccionariomedico.net

Ahora, del término pasemos a la realidad a la que alude (pasemos al referente, diría un lingüista). Resulta algo sobrecogedor, si nos paramos a pensarlo, que quien nos tiene que curar nos haga enfermar.

Sin duda este peligro ha ido disminuyendo a través de los siglos, según la ciencia médica y la tecnología han ido avanzando. Pero, dada la importancia del tema, no nos extraña que sea recurrente en esta trilogía sobre médicos. En el segundo volumen de la misma, Chamán, ya se nos presenta bien patente el problema desde el principio:

Oliver Wendell Holmes […]. Pasó varias semanas investigando el tema, visitando bibliotecas, consultando sus propios archivos y pidiendo historiales a médicos que ejercían la obstetricia. Como quien trabaja con un complicado rompecabezas, reunió una serie de pruebas concluyentes que abarcaban un siglo de práctica médica en dos continentes. Los casos había surgido de forma esporádica y habían sido pasados por alto en la literatura médica. Sólo cuando fueron analizados y reunidos se reforzaron mutuamente y proporcionaron un enunciado sorprendente y aterrador; la fiebre puerperal era causada por médicos, enfermeras, comadronas y personal de hospital que, después de tocar a una paciente contagiosa, examinaban a mujeres no contaminadas y las condenaban a morir a causa de la fiebre.

(Cap. 4)

El texto nos ha situado en los Estados Unidos de la primera mitad del siglo XIX. Desde entonces la cosa ha mejorado bastante.

Para concluir, me pregunto si no debería existir un término equivalente o, mejor, unos cuantos términos equivalentes que remitieran a los daños que proceden de otras profesiones o dedicaciones de las que sólo esperamos recibir (o a las que sólo esperamos aportar) beneficio:

-Los padres en la crianza de los hijos.

-Los encargados de la formación religiosa: sacerdotes, pastores, imanes…

-Los educadores en general.

-Los empleados de la Administración pública: policías, burócratas…

-Los políticos en el ejercicio de tal poder.

De todos ellos, por principio, solo esperamos beneficio. Y cuántas veces nos dan lo contrario.

Solución: no hay ninguna de tipo radical o definitivo. Sólo sirve el esfuerzo continuo, la atenta vigilancia, el celo profesional, la colaboración honrada. Y, poco a poco, se van logrando mejoras.

Lope vertido a lo humano

Qué tienes tú, que tu amistad procuro.

Qué interés se me sigue, Jesús mío,

que a tu puerta, cubierto de rocío,

paso las noches del invierno oscuro.

Oh, cuánto fue tu corazón de duro,

pues no me abrió. Qué extraño desvarío

fue de tu ingratitud el hielo frío

que me dejó morir, amante y puro.

Cuántas veces el Ángel te decía:

«Asómate, Jesús, a la ventana.

Verás con cuánto amor llamar porfía».

Y cuántas tu hermosura soberana

«Mañana le abriremos», respondía;

para lo mismo responder mañana.