Qué tienes tú, que tu amistad procuro.
Qué interés se me sigue, Jesús mío,
que a tu puerta, cubierto de rocío,
paso las noches del invierno oscuro.
Oh, cuánto fue tu corazón de duro,
pues no me abrió. Qué extraño desvarío
fue de tu ingratitud el hielo frío
que me dejó morir, amante y puro.
Cuántas veces el Ángel te decía:
«Asómate, Jesús, a la ventana.
Verás con cuánto amor llamar porfía».
Y cuántas tu hermosura soberana
«Mañana le abriremos», respondía;
para lo mismo responder mañana.
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