Para los aficionados a la literatura son de agradecer los numerosos casos de escritores que llegan a longevos. Aunque esta longevidad puede llegar a pesarles a ellos mismos, si el final se hace muy penoso. «¡Cuánto tarda la muerte en llegar!», es una de las últimas frases que le oyeron pronunciar a Azorín, que vivió casi un siglo.
Pero quien ha suscitado en mí este apunte no ha sido Azorín, sino la pareja de escritores del título: Noah Gordon y Mario Vargas Llosa.
Noah Gordon cumplirá noventa años en noviembre (el once del once). Ahora, leyendo (muy despacio, palabra a palabra, frase a frase) su Photo Bio en su web, al final encuentro esta sencilla frase, llena de serenidad, plenitud y confianza:
Though the preceding pictures cover 88 years of a life, I feel that I’m still evolving as a teller of stories.
Frase que me ha recordado el párrafo final del artículo de Vargas Llosa en El País del pasado domingo (don Mario alcanzó su octogésimo aniversario el 28 de marzo —creo que se ha enterado de ello hasta el último gato, que tal vez sea yo):
Quizá sea un poco optimista hablar del futuro cuando se cumplen ochenta años. Me atrevo sin embargo a hacer un pronóstico sobre mí mismo; no sé qué cosas me puedan ocurrir, pero de una sí estoy seguro: a menos de volverme totalmente idiota, en lo que me quede de vida seguiré empecinadamente leyendo y escribiendo hasta el final.
Mantener la cabeza serena (no es asunto mío el Vargas Llosa de la prensa rosa) y una suficiente salud a una avanzada edad es un bien no sólo para el mayor que lo disfruta, sino también para todos los que están en contacto con esa persona mayor, que, en el caso de un escritor renombrado, es gente de todo el mundo.
Ahora que a los ancianos tendemos a hacerles muy poco caso —cuidados médicos aparte—, porque lo que solemos hacer es mantenerlos aparcados donde esperen la muerte sin molestar, al menos prestemos atención a estos provectos escritores, que trasmiten con tanta maestría sus experiencias de la vida.
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