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Un poema de d’Ors

Reconozco que en los últimos años —desde que dejé de dar clase en el instituto— casi no he leído poesía. Quizá porque la vida de los mayores es bastante prosaica: he puesto en consonancia mis lecturas con mi vida.

Otras personas, lectoras o no, tal vez pensarán que en el mundo hay demasiados problemas y tragedias como para entretenerse con poesías, una vez dejados atrás la infancia y el colegio. ¿Debo contestar ahora a esta hipotética objeción? Quizá sí. Pero, como es altamente improbable que quien piensa así entre en este blog, no lo voy a hacer.

O sí. Toda vida humana debe mantenerse, hasta el final, abierta a las experiencias del arte, y por tanto también de la poesía. Para no descender a un estado meramente animal.

Es verdad que la lectura de la poesía requiere algo más de preparación, un mediano —siquiera— aprovechamiento de los años de la enseñanza secundaria. Algún conocimiento de Métrica, una sensibilidad auditiva más atenta para apreciar los sonidos de la lengua, las secuencias que forman.

Los poetas de las últimas generaciones, con frecuencia, han querido apartarse de los ritmos muy marcados, machacones, reiterativos. Pero todos sabemos que no hay ritmo si no hay repetición. Y la poesía necesita ritmo, marcha. O no será poesía.

El autor del poema que voy a copiar ahora es Miguel d’Ors, quien, en este año de 2016 —no sé en qué fecha— cumple o ha cumplido los setenta. Este d’Ors, abuelo ya, nieto del novecentista Eugenio d’Ors, fue durante treinta años, hasta su jubilación en 2009, profesor de literatura en la Universidad de Granada.

Tuve yo una joven compañera de departamento en el instituto que había sido alumna de d’Ors en Granada. Pero esta alumna de d’Ors —antes lo había sido mía en el insti— no llegó a enterarse de que Miguel d’Ors era un excelente poeta hasta que yo se lo hice saber, unos cuantos años más tarde. Es evidente que d’Ors, en sus clases, no se entretenía hablando de sus propios poemas sino de los de otros poetas, lo cual le honra. Aunque parece ser que ese ninguneo de sí mismo, que el profesor d’Ors se aplicaba, era secundado por los otros profesores de la Facultad, que tampoco hablaban del poeta d’Ors.

Probablemente ha perjudicado a su éxito y reconocimiento su actitud como creyente: d’Ors es un Gonzalo de Berceo de su catolicismo. A mí, a pesar de que dejé de ser creyente en la remota adolescencia, eso nunca me ha parecido un obstáculo. No por convertirme en agnóstico o ateo dejé de leer los poemas de Fray Luis de León, de San Juan de la Cruz, o los deliciosos Milagros de Nuestra Señora del aludido Berceo.

El poema que voy a copiar es muy sencillo —la difícil sencillez es característica de d’Ors, como la de mezclar la broma con lo serio—. Se entiende muy bien. No hay que explicarle el contenido a nadie que sepa leer, y menos si ese lector tiene ya una edad.

Es un poema de treinta versos sin rima, salvo algunas asonancias, aparentemente casuales, y el pareado final; y con libre alternancia de dos tipos de versos: los endecasílabos —18 de los 30— y los alejandrinos —dos hemistiquios heptasílabos —siete más siete, que constituyen los otros 12—. Todo ello —más los numerosos encabalgamientos y pausas internas— hace que pueda parecer prosa a oídos poco atentos; pero no lo es. Insisto: son treinta versos meticulosamente medidos.

Al copiar el poema me voy a tomar dos libertades:

Primera: voy a separar las pseudoestrofas con una línea de asteriscos. Esto lo hago porque el procesador del blog me corrige automáticamente el interlineado. Pretendo, por tanto, que el lector vea mejor las partes —pseudoestrofas, porque son desiguales— en que lo ha conformado el autor.

Segunda: pongo doble barra para separar los dos hemistiquios heptasílabos en cada verso alejandrino.

Copio ya. Y ojalá les guste como a mí.

 

ELECCIONES

Salir en bicicleta // o escuchar a Bill Evans,

redondear un soneto // o cortarse las uñas,

hacer la compra o contestar las cartas

que en la mesa se aburren // hace ya dos semanas…

***

Hay que elegir, que preferir; no vale

quedarse en esa O // y arrellanarse en ella,

viendo pasar el tiempo // como desde una hamaca,

porque entonces el tiempo // va yéndose vacío,

dejando atrás la vida, // como un tren que has perdido,

y al fin acabas siempre en el comienzo.

***

Y elección es rechazo. En el remoto

fondo de tu memoria ya te ves

escogiendo: Francés // o Inglés, Letras o Ciencias,

Filosofía y Letras o Derecho,

unas oposiciones o una tesis,

esta ciudad o aquélla. Muy temprano

supiste que la vida se va haciendo

con renuncias, que vamos // dejando a nuestro paso

cadáveres de sueños, de existencias

que algún momento fueron // un futuro posible.

***

Todo lo descartado, me pregunto,

todo lo asesinado ¿a dónde va?

¿Alguien vive las vidas potenciales

que cada uno fuimos // dejando en la cuneta?

¿Hay en algún rincón del mundo alguien

que está ahora siendo lo que yo no quise?

¿Se me parecerá? ¿Será feliz?

¿Estará imaginándome ahora mismo?

***

(Ya sé que todo esto // son ocurrencias, pero,

por si acaso, un saludo, compañero).

15-IX-11

Miguel d’Ors, Atomos y galaxias

Ed. Renacimiento. Sevilla, 2013