Aquel verano en que cumplí los trece
vi mujeres desnudas en la playa.
Las miré con deseo: no canalla,
inocente; mas no me favorece
ocultar la atracción; y crece y crece
la culpa, que me dice «calla, calla».
Al fin al confesor llevo mi falla:
y al infierno me da, por más que rece.
Me empozo en una vida de tortura
que pudre lentamente mi inocencia,
indigno para el don de la tonsura.
Hasta que, hastiado de la penitencia,
vuelvo al siglo, a la playa, a la hermosura;
y empiezo a dialogar con mi conciencia.
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