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Décimas y décimos

«Las décimas son buenas para quejas», nos dice Lope en su Arte nuevo de hacer comedias. Y la idea la lleva a la práctica en las suyas. Así, en El caballero de Olmedo:

 

Para sufrir el desdén

que me trata desta suerte

pido al amor y a la muerte

que algún remedio me den…

 

Una décima puede cuadrar un cuento tradicional. Y así lo hace el personaje Rosaura al comienzo de La vida es sueño, de Calderón:

 

Cuentan de un sabio, que un día

tan pobre y mísero estaba,

que sólo se sustentaba

de unas yerbas que cogía…

 

O la fábula de un fabulista de la Ilustración, como Samaniego:

 

Cierto artífice pintó

una lucha en que, valiente,

un hombre tan solamente

a un horrible león venció…

 

Gerardo Diego nos dejó un Viacrucis en décimas que es sin duda una de las más altas cumbres de la poesía religiosa en español:

 

Dame la mano, María,

la de las tocas moradas.

Clávame tus siete espadas

en esta carne baldía…

 

Y un poeta de nuestro tiempo, Miguel d’Ors, escribe un ligero, delicioso y primaveral poemilla a las aves. Y lo titula «Avecedario»:

 

La golondrina, aguzada

como una flecha de Amor;

el mirlo madrugador,

gayarre de la enramada…

 

«¡Pero bueno!», podría decir algún lector de estas líneas, un lector de exquisita conciencia social. «Con la cantidad de problemas y necesidades que hay en el mundo, y este hombre se pone a escribir de versos.»

De acuerdo, hablemos de un problema: el de la educación. El sistema educativo español es pésimo desde que se implantó la LOGSE, hace, más o menos, un cuarto de siglo. ¿Por qué es pésimo? ¿Porque los profesores se dedican a que los muchachos aprendan poesías en lugar de cosas importantes? No. Porque ni muchachos ni muchachas aprenden casi nada —a pesar de contar con tantos medios humanos y materiales—, casi nada de lo importante, en el lote de lo cual también se encuentra la poesía.

Aprender breves textos, fragmentos de los clásicos, de memoria —y el verso ayuda mucho a la memoria— es altamente formativo, aunque no me voy a poner ahora a explicar tal afirmación.

Pues bien. Si hiciéramos una encuesta para saber qué porcentaje de jóvenes bachilleres tienen memorizada una décima, o cualquier otro poema de extensión más o menos equivalente… Porcentaje ínfimo, sin duda.

Pero la cosa no queda ahí. Seguramente que nos sorprenderíamos al ver el porcentaje si aplicáramos la misma encuesta a profesores de Lengua y Literatura que aún no hayan cumplido los cuarenta.