En el artículo de Fernando Savater (tan recomendable como todo lo que este hombre sabio escribe), en El País de ayer, me llamó especialmente la tención un aforismo (a los hombres sabios le salen los aforismos con la misma naturalidad que a los guindos las guindas): «Cuanto más inculta es la gente, más dinero necesita para llenar el tiempo libre».
Observando la realidad social de ahora, en este país, así lo vemos, ciertamente.
Lo que produce más extrañeza y preocupación es que, después de unas décadas en las que ha crecido mucho el nivel adquisitivo, y el acceso a medios que nos hacen más confortable la vida (atención médica, ropa, electrodomésticos, libros, tele, ordenador…), la cultura y la educación hayan crecido tan poco, si no mermado.
Quizá hay un vicio radical en la sociedad mercantilista, capitalista, de nuestro mundo. Como si el comerciante pensara ante el posible cliente: «Yo no te satisfago una necesidad, sino que te creo una necesidad. Yo hago que te sientas desgraciado si no puedes acceder al producto que te ofrezco». Y esta actitud comercial es veneno para la sociedad.
Quizá se ha perdido, si alguna vez existió, el componente humanista en la base del comercio. «Este grifo monomando es más sencillo de manejar, más funcional y duradero, que los grifos que un fontanero instaló en tu casa hace un cuarto de siglo. No te empeñes en sustituir el grifo viejo e inservible por otro igual: éste es mejor.»
Ahora el planteamiento del comerciante es el siguiente: «¿Cómo te vas a comprar esa marca de coche por ahorrarte diez mil euros? ¿Acaso no sabes lo que van a pensar de ti tus amigos cuando vean que te has comprado ese coche de pobres?»
Para una cosa importante —entre otras muchas— nos sirven la cultura y la educación: para no dejarnos embaucar por mensajes publicitarios fraudulentos, que están llegando continuamente a nuestras vidas, a nuestros hogares y familiares. Porque sabemos pensar y tomamos decisiones con criterios inteligentes.
Me decía un pastor de cabras , en mi pueblo, hace unos cuantos años: «Para vivir bien no hace falta tanto. A mí me gusta la vida que hago y los sitios por donde ando; y a ti también te deben de gustar porque vienes mucho por aquí.» Efectivamente: me gustaban y me gustan. Y me sale casi gratis visitarlos: sólo gasto un poquito la suela de mis zapatillas.
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