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Dos andaluces y un japonés

Estando yo en el seminario menor de Granada, en 4º  curso, hace medio siglo, uno de los curas, el que era nuestro profesor de Griego, me recomendó, como factor para la mejora de mi nivel de redacción —no porque yo redactara mal, al contrario—, la lectura de Pemán y de García Lorca.

Y un servidor, que era dócil, se estuvo yendo, durante una temporada, en el recreo largo de la tarde, a la biblioteca, un recinto bien nutrido de libros y bien desnudo de lectores, a leer a estos dos autores andaluces.

Pemán me cautivó. Lo releía y no me cansaba, me aprendía sus poemas de memoria, me embobaban los personajes de su teatro.

Lorca me parecía mágico, me deslumbraba con la pirotecnia de sus metáforas; me asombraba, pero no me calaba.

En el curso siguiente, yo abandoné el seminario. Pasaron los años. En la sociedad española se pudo ir opinando con mayor libertad, se murió Franco… Y hemos llegado hasta aquí y hasta hoy.

Yo he vuelto muy poco a la lectura de aquellos dos autores que me fueron recomendados por don Fernando Mendoza. Dos autores que han tenido una suerte muy distinta en la consideración de la cultura oficial.

A Lorca lo he leído más por razones profesionales: era un autor de culto, y yo ejercía de profe de Lengua y Literatura. Pero reconozco que ha seguido sin calarme. Es cierto que muchos de sus poemas han tenido muy buena acogida como letras para el cante flamenco. Pero a mí sus dramas rurales se me siguen cayendo de las manos.

Lorca ha escrito de los campesinos andaluces como quien no ha convivido con ellos, sufrido y reído con ellos. Tenía del campo y de los campesinos la imagen que podía percibir desde el interior de una casa acomodada. Lo mismo de inexacta que la imagen que podría tener de él cualquier destripaterrones fuenterino: la de un señorito.

¿Por qué he escrito aquí estas líneas? No lo sé. Quizá porque acabo de volver de mi pueblo, tan próximo al Fuente Vaqueros de Lorca. Pero yo a quien estoy leyendo ahora es a Murakami, que me encanta. Lo mismo hoy, precisamente, le dan el Nobel. Y si no se lo dan, tampoco pasa nada. Al fin y al cabo no es el único gran escritor del mundo que aún no lo tiene.

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