Este país llamado España ha sido sin duda una potencia editorial al menos desde comienzos de la segunda mitad del siglo XX. Lógico, teniendo en cuenta el idioma que tenía de base, el español o castellano, un idioma en expansión, el «segundo del mundo por el número de personas que lo hablan como lengua materna» (Wikipedia), y a cuyo aprendiza acuden cada día millones de estudiantes que no lo asimilaron con la leche (y las leches) de sus madres.
Evidentemente, todos los idiomas son igual de importantes. Lo que los hace diferentes es el número de individuos que constituyen su comunidad hablante.
La facilidad actual de las comunicaciones y la globalización, refuerzan la tendencia al aprendizaje de idiomas que proporcionen el acercamiento a una cantidad de semejantes lo más amplia posible. Para sacar el máximo fruto al esfuerzo.
Porque aprender un idioma constituye un esfuerzo y una dedicación ingentes para cualquier estudiante. Aun así, está comprobado que ese aprendizaje es positivo para el desarrollo cultural, intelectual e incluso biológico de cualquier individuo.
Pero una cosa es aprender un idioma o dos, y otra cosa aprender siete u ocho. Hay gente con más facilidad, gente con menos; gente con más oportunidades, gente con menos.
Lo que es seguro es que, actualmente, cualquier persona de cultura media está necesitando continuamente contar con la ayuda de algún traductor. Y no me refiero —aunque también pueden ser muy útiles— a los traductores automáticos que nos ofrece Google, o Internet en general. Me refiero a esos traductores con nombre y apellidos, laboriosamente formados, escrupulosamente seleccionados por las editoriales u otro tipo de empresas, y entregados a su trabajo con una dedicación vocacional y entusiasta. Quiero creer, además, que todos colaboramos para que su obra impagable sea entre todos pagada.
El libro que estoy leyendo ahora (guardo el tique de compra: 19,95 euros que he pagado con mucho gusto) es una traducción realizada por la traductora Ángeles Leiva Morales (a la que no tengo el gusto de conocer). Me quedan sólo unas sesenta páginas para terminar su lectura. Y ahora mismo reemprendo esa tarea, y no la pienso soltar mientras no haya llegado al punto final.
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