En mayo de 2015 me regalé De animales a dioses, de Y. N. Harari. No sé —cuestión secundaria, ciertamente— a partir de qué edición ha empezado a aparecer con el antetítulo Sapiens. En la mía no aparece. Bueno. El caso es que lo he leído y lo he releído. Y pensado que ningún libro me había parecido tan luminoso y tan divertido en los últimos veinte o treinta años. Siendo un libro de historia, yo lo encuentro de un alto nivel literario. Tratando de temas tan serios, está completamente sembrado de sonrisas.
Iba ya a comenzar, sin mayor postergación, mi tercera lectura del mismo, cuando me llegó en la prensa la noticia y la reseña de lo que sin duda es su segunda parte: Homo Deus. Si el primer volumen apareció con el subtítulo de «Breve historia de la humanidad», este trae el de «Breve historia del mañana».
Ya le he dado el primer repaso. Ahora los dejaré reposar una breve temporada y, a continuación, espero seguir teniendo salud y vista suficientes para releer seguidos los dos volúmenes, tan bien cuidados ambos, en su presentación y encuadernación, por el grupo editorial al que pertenece Debate.
¿Tenéis, entre vuestros familiares o amigos especiales, a alguien con inquietudes intelectuales, con afán de aprender, capaz de disfrutar leyendo? Regaladle los dos volúmenes. Ahora que se aproxima la compra de la lotería de Navidad, en la que siempre participamos y en la que nunca nos toca nada sino pagar, cambiemos nuestra participación en el espejismo de la lotería por la adquisición de los dos valiosos volúmenes. Para un familiar o amigo, o quizá mejor para nosotros mismos. Este magnum opus de Harari no es un espejismo, sino un espejo en el que vemos reflejado lo que anuncian sus subtítulos. Por supuesto, no pensemos que en el segundo volumen el autor se dedica a lanzar aventuradas o desventuradas profecías sobre el futuro de la humanidad. Simplemente nos enseña a entender mejor nuestro presente, a mirar al futuro con un atisbo de luz.
Uno, que no ha rechazado de manera sistemática aquellos libros en los que el buen humor escasea o está ausente —los libros de Antonio Muñoz Molina me encantan, y mira que es sosito el muchacho— tiende a valorar más positivamente aquellos en los que el autor ha sabido imbuirse de un sabio sentido del humor para dirigirse a sus lectores. Encerrando con llave sus acritudes y enfados. ¡Quién no padece de frustraciones, negros días, desconsideraciones, malas patas y agrias leches! Pero al lector hay que hacerle llegar lo mejor.
Es lo que ha hecho Harari.
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