Era la expresión que empleaban Zapatero y sus prebostes para evitar la palabra tabú: crisis. Un invento, la expresión digo, del que era su gurú de la economía, Pedro Solbes.
¿Estamos saliendo de la crisis? Esa juventud a la que hemos dejado abandonada, parada, subempleada, emigrada, ¿en qué tipo de crecimiento está?
Los de mi generación, criados en el nacional catolicismo franquista, fuimos creciendo a la vez que iba creciendo la economía y el bienestar de los españoles, y aflojándose la cadena del régimen político. Nuestra plenitud humana ha coincidido con las décadas de bonanza de nuestra democracia: desde el triunfo socialista del 82 hasta el triunfo socialista de 2004.
Entonces comenzamos a ver que nos habíamos puesto mayores, que pasábamos de la cincuentena y nuestra energías habían comenzado a decaer, y que los socialistas habían convertido en su secretario general a un tonto, y ese tonto era ya el presidente del Gobierno.
Al principio parecía que todo eran glorias. Sus ministras posaron para la portada de la revista Vogue, enjoyadas como marquesas, el presidente Zetapé comenzó a presumir de rojillo (no tenía otros méritos de los que presumir) y a promover la reescritura a su medida de la historia del siglo XX. Pero estalló la burbuja inmobiliaria, y las cajas de ahorros se destaparon como cuevas de ladrones, y comenzaron a cerrarse las empresas, o a hacer reducciones de plantilla: gente y más gente a la puta calle.
Y ahora era cuando les tocaba buscar trabajo a nuestros hijos, por cuya formación habíamos velado todo lo posible: profesores particulares de inglés, clases de matemáticas, de baile o de natación, cursos en el extranjero. Estaban mucho más preparados que nosotros cuando irrumpimos en el mundo laboral, pero, ¿quién les iba a dar trabajo? ¿Qué posibilidades tenían para montárselo como autónomos?
Después de la evidencia del desastre durante el segundo mandato de Zetapé, le dimos una mayoría absolutísima a don Tancredo, el de la impertérrita inmovilidad del espantapájaros. Y después de la mayoría absolutísima, la mayoría relativa, para que mantuviera la mismísima postura.
Y si ponemos la vista más allá de las fronteras de la pobre España (me he atrevido a llamarla por su nombre), no vemos sino inmensos nubarrones, o fieras tormentas que arrasan a países, o estampidas humanas a la búsqueda de algún refugio.
¿Nos espera una vejez tranquila a los sesentones del baby boom español? ¿Cómo tranquila, viendo el mundo que les hemos dejado a nuestros hijos? Lo sobrellevaríamos mejor si supiéramos que sólo a nosotros, los viejos, nos espera una ruta de descenso: en nivel de vida, pensiones, comodidades. Porque no hemos olvidado los años de nuestra infancia, en la que en nuestras viviendas no había ni siquiera una apestosa hornilla de petróleo, ni agua corriente, ni cuarto de baño, ni apenas comida, ni más electrodoméstico que una pelada bombilla en el extremo de su cordón.
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