Nada se perderá cuando me muera:
ni esta vida pequeña en la que vivo,
ni este verso medido en el que escribo
ni este aire de hora postrimera.
Y volverá a lucir la primavera
su poder invencible e invasivo;
y hará que entone el corazón altivo,
su aria lacrimosa y lastimera.
Nada se perderá en el infinito
universo total, en que la muerte
es sólo un punto, un paso, un requisito.
Todo es uno: lo vivo con lo inerte;
el cosmos es el cuerpo en el que habito.
Mi muerte, corazón, no ha de dolerte.
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Me reconforta observar que la experiencia de toda una vida produzca este tipo de conclusiones, y que además vengan tras textos tan agradables de leer.
Mientras leía mee ha venido la canción «el hombre que sabía», de McLaughlin. Un saludo y gracias.