Es el título de la tercera novela (y última por ahora) de David Gistau, la cual un servidor terminó de leer ayer: de leer con fruición, con gusto, con entusiasmo.
Recuerdo —de hace ya muchos años, quizá en uno de los primeros del presente siglo— que una mañana me emparejé, Saladillo alante, camino del instituto, con un alumno de los mayores, de los de 2º de Bachillerato. Y recuerdo que en un momento de nuestra breve charla, quizá sin venir del todo a cuento, este alumno me soltó: «Hay que ver lo bien que escribe Gistau». Una salida en la que su profe de Lengua captó la trisemia: el choteo del profe, que les hablaba con tanta admiración del joven columnista, el deseo de quedar bien ante el profe, y, finalmente, la ponderación sincera.
Era un alumno muy inteligente, aunque protegía su gran laguna —las Matemáticas— con una intransigencia maniática. No sé cómo le irá ahora: ojalá que muy bien.
A David Gistau seguro que le va bien, aunque quizá no tanto como a él le gustaría, quizá no tanto como se merece. No creo, por ejemplo, que le hayan dedicado una reseña los de Babelia, en El País.
Otra anécdota. A los pocos días de aparecer en prensa una entrevista a Gistau, sin duda de las acordadas con la editorial de la novela —La Esfera de los Libros—, entrevista en la que comentaba que había escrito la novela en la cafetería de El Corte Inglés —toda persona que en su casa ha tenido que repartir su tiempo entre trabajo y crianza, sabe de los agobios que se llegan a pasar—, a los pocos días, digo, de publicarse la entrevista, quiso la Marga comprar la novela en la librería de El Corte Inglés, pero allí no sabían nada de la tal novela.
En fin, parece que, de las dos novelas anteriores, la primera, A que no hay huevos (2004) está difícil de encontrar; pero no la segunda, Ruido de fondo (2008). Y esta tercera, de este año, todavía conserva el calor y el olor de la imprenta.
Yo sigo leyendo a Gistau con la misma delectación con que lo leía en aquellos años de la referida charla con mi alumno, aunque el escritor ha ido cambiando de periódico: de La Razón pasó a El Mundo, y después al ABC; pero, ya en tiempos de ediciones digitales, era fácil encontrarlo.
Recomendación final: no veten ustedes a un escritor porque creen que su mente no se ajusta a la línea editorial de su periódico preferido; no clausuren ustedes ninguna puerta dentro de su propia mente; que a ustedes, como a Terencio, todo lo humano les interese.
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