En la pestaña Versos —de este blog, claro— acabo de colgar otro cuaderno: Decimanía. Poemillas monoestróficos de una décima; o, si lo prefieren, de diez céntimos. Como en el cuaderno aparecen 199 unidades, de cobrarlos al precio al que parece aludir el nombre, una décima de euro, ingresaría ahora en mi bolsillo la suma de 19,9 euros: algo es algo.
Pero quizá su nombre aluda a una unidad de tiempo —que también es oro, como el euro—: décimas de hora, ratitos de seis minutos, que es lo que se supone que gasta el autor en componerlos. La verdad es que no he empleado mucho más tiempo de ése para darlos a luz —una vez que los he visto asomar por alguna parte—. Seguramente que tardo más en lavarlos y vestirlos para que estén en su punto de presentación, aunque tampoco mucho más. Olvidarlos también es algo que me ocurre con rapidez.
Por eso está bien que queden aquí en su ser, vivos en cuanto alguien los lee, dormidos —como las notas en el arpa de Bécquer— mientras nadie los mira o los oye.
Antes de este recién sacado cuaderno, como veía que las décimas iban a más en mis archivos de versos, hice de ellas un repaso recopilatorio que quedó recogido en el archivo Lo que en décimas decimos. Las reunidas ahora en Decimanía no pertenecen a ningún cuaderno anterior, aunque una parte de ellas —entre un cuarto y un tercio, diría yo— han aparecido en el blog inmediatamente después del alumbramiento.
Me gustaría dar por cerrada, clausurada, precintada, la carpeta de las décimas, pero no tengo nada claro ni hago planes (así evito incumplirlos).
Espero, eso sí, poder seguir dedicando algunos ratos, del tiempo que me quede, a la diversión de la escritura.
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