El crimen, el delito mayor contra la moral y el derecho, yo lo clasificaría en interno y externo.
Con interno me refiero al que se comete dentro de las familias. El primer criminal según la Biblia fue Caín, que mató a su hermano Abel. Desde entonces hasta ayer, triste día en que nos anonadó la espantosa noticia de que un padre había degollado a su hijita de dos años. Pasando por Medea –anteayer la trajo a Gójar Remedios Higueras y su compañía teatral Aristai, magníficamente–, la abandonada por Jasón y asesina de sus propios hijos.
El crimen externo es un delito entre vecinos: nadie mata al que está a una distancia insalvable. Lo que ocurre es que, en el mundo actual, todos, además de congéneres –qué pena que no hermanos–, somos vecinos: los aviones, y más las comunicaciones, vuelan muy rápido.
En sociedades tecnológicamente menos evolucionadas, el crimen se cometía contra el rival. Y recordaremos que rival viene de rivus, arroyo. Los rivales eran los vecinos beneficiados por las claras corrientes de un mismo arroyo, quienes, en no pocas ocasiones, han llegado a matarse por desavenencias en el reparto del agua.
El gran invento para justificar la matanza de vecinos fue el de nación, que llegó a su culmen, de atrocidades, en el siglo XX: mientras no termine el XXI; cuando eso ocurra, quien esté vivo y estudie Historia podrá saber si el XXI ha superado al XX.
Como decía hace unas líneas, ya todo el mundo es vecino, rival por tanto.
Urge crear o reactivar una serie de instituciones internacionales, mundiales, que apliquen un código común, un Derecho Internacional efectivo, para el trato entre vecinos, entre todos los humanos. Y urge que los Estados constituidos como democracias presionen por medios legales a aquellos que no lo son, para que también se conviertan en democracias homologadas.
Pero es muy posible que ese deseo, o milagro, no se cumpla. Que, entre catástrofes naturales –como el terremoto de esta pasada tarde/noche en una zona de la frontera entre Irak e Irán–, catástrofes naturales propiciadas por los humanos –cambio climático…– y guerras, el siglo XXI sea más horrible que todos los anteriores.
Pero, además, hay otro peligro en el horizonte… El humano lleva camino de crear, mediante la manipulación genética, la tecnología cíborg y la inteligencia artificial, una especie nueva que supere a su creador. Y lo lógico es pensar que ese superhomo tratará a los humanos como los humanos han tratado a las especies domesticadas, vacas, ovejas o caballos: en su propio beneficio; es decir, eliminando a los rebeldes y favoreciendo a los sumisos.
Como decía en mi pueblo el viejo Don Pepe, el que viva lo verá.
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