En la de ayer hubo algo que llamó especialmente mi atención y que quiero contar aquí, brevemente.
Serían las 19:15, aproximadamente (yo no llevaba reloj ni móvil). Era, por tanto, de noche, y creo que la hermosa luna llena aún no había asomado, o al menos no se había hecho visible. Zona urbana; no de centro urbano, pero sí de vías y urbanizaciones cuidadas, de espacios públicos ajardinados e iluminados.
En una placeta adyacente a una urbanización cercada por un muro con una especie de ventanas totalmente enrejadas (para que los de fuera vean el lujoso jardín pero no lo puedan tocar: a la clase media acomodada le gusta ese lucimiento), en esa placeta, digo, junto al muro, hay dos chicas adolescentes. Una de ellas trepa por una de las rejas como medio metro, mientras la otra la observa atenta, móvil en mano. La trepadora se contorsiona y se inclina lo suficiente como para que su cara y su boca queden junto a algo. ¿A qué? A una enorme polla erecta sobre su escroto, dibujada en grueso trazo negro. La chica pone la pose de iniciar la simpática felación mientras su compañera le hace la foto; después de lo cual, baja y se pone junto a la compañera, a mirar el móvil: a mirar la foto, deduzco, que acaban de obtener.
Creo que ninguna de las dos chicas se percató de que yo pasaba por allí, a ninguna de las dos parecía preocuparle la presencia o ausencia de testigos.
¿Qué iban a hacer estas dos adolescentes con aquella foto? ¿La iban a guardar como un recuerdo íntimo de su amistad? ¿Se la iban a mandar a alguien como una broma, un mensaje, una provocación, una muestra de su capacidad artística?
A lo mejor estas cosas en nuestra sociedad no tienen importancia, sólo son el típico entretenimiento de adolescentes. ¿Tendrá quizá más relevancia la siguiente, anodina viñeta? A ver.
Al cabo de un rato, una media hora, todavía en mi caminata, me crucé con otras dos chicas más o menos de la misma edad y aspecto. En el paraje, acera y calzada son estrechas, y el tráfico, a esas horas, abundante. Me eché a la calzada porque ninguna de las dos hizo un gesto para colocarse de forma que a mí me quedase algo de acera. Rápido, que vienen coches. Creo que estas dos, que casi se rozaron conmigo, me vieron igual de poco que las dos de la foto.
Es lo que ocurre cuando tienes sesenta y seis años y además los aparentas: casi nadie te ve.
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