Mi abuelo paterno, cuando mi padre era un soldado, murió.
Mi abuela materna, cuando mi madre era una niña de seis años, murió.
Mis tres tíos maternos, en la flor de la edad y solteros, murieron.
Mi abuelo Miguel, Papa Miguel para sus nietos, murió.
Mi tía abuela Isidora, que vivía -como Papa Miguel- con nosotros, murió.
Mi abuela Trinidad, la persona más buena de la Tierra, murió.
Mi padre, a los setenta y dos, castigado por una vida dura y por mí, murió.
Mi madre, tras veintiséis años de viudedad y bisabuela, murió.
Mis ocho tíos paternos, José, Frasquito, Luisa, Antonio, Rafael, Andrés, Santiago y Roque, murieron.
Muchos de mis primos, en su representación menciono a Mari Paz, murieron.
Que esta página sea su simbólico, modesto y hogareño cementerio,
donde ellos reposen en paz,
y cuyas líneas en blanco vayamos ocupando, con orden y sin prisa,
los que ahora vivimos.
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