Ayer, durante mi caminata solitaria, quizá al pasar junto a un limonero lleno de frutos, recordé el soneto precioso de Miguel Hernández “Me tiraste un limón”. Y, como todavía no está del todo ida mi memoria, me lo recité mentalmente. Con un único tropiezo: no recordé el adjetivo que antecede al sustantivo “calentura”. Ahora, con la ayuda eficaz e inmediata de Internet, lo he recuperado: “ansiosa”. ¡Qué bien, qué joya de la poesía este soneto! Y nunca he tenido que pagar un céntimo por hacerlo mío.
Es cierto, es cierto: la especie humana va mejorando. Mejores alimentos, mejores medicinas, mejor educación. Aunque quién sabe lo que el futuro le deparará.
Dice la rima (IV) de Bécquer: “Podrá no haber poetas, pero siempre / habrá poesía”. Yo le pondría, al contenido de estos versos, un reparo: el de que todos somos, al menos un poco, poetas. Por tanto, siempre que haya en el mundo hombres (y mujeres, por favor), habrá poesía.
Aunque lo que es, en nuestra especie, una semilla sembrada genéticamente, el germen (divino) de la poesía, se puede cultivar más o menos, descuidar menos o más.
Resulta que, lo mismo que vivimos tiempos de muchas posibles ayudas para el aprendizaje, el cultivo, vivimos tiempos de mucho ruido. Y el ruido es enemigo de la poesía
No sé si hay establecido -fácil que sí- un Día Internacional del Silencio, pero todos debemos procurarnos, en nuestro vivir ordinario, ratos de sosiego y silencio. En ellos aflorará en nosotros la poesía: en nuestros propios versos, en los versos que un día leímos y después olvidamos, o en sencillas líneas en prosa, pues también en limpia prosa se escribe la poesía.
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