En su tiempo libre, Gong escribía. Internet empezaba a despegar como foro para toda clase de ideas, y ella se fue forjando fama de asesora en sintonía con los problemas de la República Popular. La gente empezó a llamarla «la pequeña dragón». Recibía montañas de mensajes de solteros angustiados, padres preocupados y novias ansiosas, muchos de ellos miembros o exmiembros de su página de contactos.
Con frecuencia, sus consejos clamaban contra las ancestrales tradiciones chinas. Si tu suegra te considera una simple «fabricante de hijos» y tu marido no ayuda, le decía Gong a una esposa reciente, olvídate del marido, «haz acopio de valor y abandona esa familia». En el caso de una pareja de nuevos ricos en la que el marido había empezado a acostarse con quien no debía, Gong aplaudió a la esposa por no convertirse en una «persona patética, débil y lloriqueante», y le aconsejaba obligar al marido a firmar un documento estipulando que perdería todo su capital si volvía a engañarla con otra. Por encima de todo, Gong entendía la búsqueda de amor dentro del marco de la independencia personal. «Los pasteles de carne —escribió— no caen del cielo.»
Osnos, Evan. China: la edad de la ambición (Ensayo político)
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