Amigo Invis:
Esta noche he soñado con mi padre, ya él muy anciano y desvalido. Cruzábamos la ciudad, de camino a la parada de autobuses, donde subiríamos al que nos traería a nuestro pueblo. Era de noche, una noche no muy oscura, por lo que podíamos ver los transitados parajes urbanos por los que andábamos, muy poco parecidos a los de la realidad.
Yo procuraba mantenerme pegado a mi padre, para sostenerlo y para que notara mi calor y mi cariño. Hasta que, viéndolo tan desfalleciente, decidí llevarlo en brazos como si fuera un niño. En brazos, no a hombros como Eneas llevó al suyo en la triste noche de Troya.
¿Qué puede significar mi sueño? Pienso que yo ahora soy él (unum et commune periclum, una salus ambobus erit), un paso más adelante en la caminata de la humanidad, en la singladura de la vida.
¿A dóde llegará esta carrera de las especies vivas que pululan por nuestro planeta? Hasta ahora, unas se han quedado en el camino; otras han evolucionado, se han recompuesto y mantenido como especies distintas, mejor adaptadas para sobrevivir, para ganar la carrera del tiempo.
¿Hay una meta, un destino prescrito en esta carrera? No lo creo. El azar es un componente de mucho peso, como en la vida individual de cada uno de nosotros.
Pero ahora, en nuestro tiempo, ha surgido un elemento nuevo en la progresión evolutiva: la capacidad humana de modificar genéticamente las especies, entre ellas la propia.
Los luminosos libros de Harari, De animales a dioses y Homo Deus, nos han enseñado a mirar la vida con esa amplitud. Si el sabio, recientemente fallecido, Stephen Hawking avisaba de que la especie humana, para sobrevivir, debía conquistar las estrellas, Harari nos ha indicado que el camino podría estar en la evolución diseñada por el propio hombre: lo que le permitiría convertirse en el tripulante de la nave que lo lleve a esas estrellas.
Mi padre y yo, en mi sueño, no llegamos nunca a la parada del autobús.
Cuídate y cuida de los tuyos.
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