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Sillín de ruedas

Después de cuatro años de bici colgada, el verano que está acabando me ha traído un grato y fructífero reencuentro con la máquina.

Estoy ahora convencido de que los daños y dolores en el metatarso y dedo segundo del pie derecho me los produjo el mucho tiempo de llevar en los pedales unas punteras demasiado cortas, con lo que presionaba demasiado contra ellas para mantener la posición adecuada de pies sobre pedales.

Sé lo que es llevar calas en lugar de punteras, y sé lo que es caerse con los pies atrapados en las calas. Así que las dejo para los ciclistas de verdad, y yo sigo con las punteras, pero con otras punteras más largas, que se adaptan mejor a mis pies.

Siempre he sido, cómo no, amante y practicante de las caminatas pedestres. Aunque en los últimos años también estas expansiones me han ido resultando progresivamente más trabajosas. El sobrepeso del cuerpo, claro. El alma pesa cero gramos; y la conciencia, que cada uno sopese la suya.

En fin, este menda está muy contento de su reencuentro con la bici, de haber ido subiendo en fuerzas, fuelle y confianza en la máquina. Y de su vuelta a ciertos hermosos parajes de las riberas del Dílar. Cómo esparcían aroma las gayombas y otros arbustos, con qué potencia bramaba el río.

La vida se ve muy corta cuando uno se va acercando a la setentena. Lo vivido se ve corto, y lo que se espera vivir…

Ergo, mientras uno pueda ser no un anciano en silla de ruedas sino un mayor en sillín de ruedas, carpam diem.