Profe del instituto otrora compañero:
hoy te voy a escribir un e-mail en verso
para que no te olvides de que yo te recuerdo.
Hace no muchos años compartía tu empeño
y lloraba en tu hombro y oía tus consejos.
Deplorábamos juntos ver en un gallinero
convertido el amado, el venerado templo
del saber, destinado a discípulos buenos.
Han llegado al poder sucesivos gobiernos
pendientes solamente de tener sus traseros
en las altas poltronas. Nunca se propusieron
servir a la nación ni guiar a su pueblo.
Aun así, algo añoro el oficio, al que, en sueños
agridulces y erráticos, todavía regreso.
Tú realmente sigues laborando, ejerciendo.
Que no te desanime el absurdo, el inmenso
trabajo burocrático: despáchalo ligero.
No te desmoralice el panorama pésimo
que encuentras cada día donde orden, respeto,
interés por las ciencias, atención al maestro,
libertad responsable, amor por el progreso
deben siempre mostrar los que son verdaderos,
meritorios discípulos. Eres -así te veo-
sembrador. La simiente, de tu mano cayendo,
irá siendo acogida por diversos terrenos:
abonados y fértiles, pedregosos y secos.
Nuestra madre, la Tierra, hará que de provecho
resulte cada grano: todos caen en su seno.
Unos pican los pájaros, otros se hacen estiércol,
y otros germinan donde nadie cuenta con ellos.
Tú a lo tuyo, a sembrar con semblante sereno.
Decir “misión cumplida” será tu mayor premio.
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