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Su reino sí es de este mundo

Hace medio siglo (cincuenta años exactamente), después de haber sido monaguillo un año y seminarista cinco, dejé de ser creyente. Aquella experiencia de seis años fue un antídoto para cualquier tentación religiosa posterior. Acepto las limitaciones y precariedades de la vida; y sé que el final del individuo siempre es la muerte.

Ahora, con este chorreo de escándalos originados por el alto y bajo clero por los casos de pederastia, ni me extraño ni me escandalizo ni me alegro.

Nunca, ni en aquellos tiempos ni en otros, tuve, ni vi, ni oí situaciones relacionadas con la pederastia, ni con cualesquiera otras formas de experiencia sexual.

El sexo no era tabú: era pecado mortal; y lo que aguardaba después del pecado mortal era el infierno.

No ya el sexo: todo el cuerpo era objeto de vergüenza, y no merecía otra cosa que el pudor de ropas y hábitos, y el castigo de la mortificación y la penitencia.

No extrañará, por tanto, que, una vez abandonada la santa institución, a los dieciséis años, tardara pocos meses en convertirme en un ateo irredento y sin paliativos.

No obstante, la fase visceralmente anticlerical se me pasó pronto. La Iglesia, sus jerarquías, sus prácticas y las de sus feligreses, me eran algo ajeno; y merecían mi respeto al mismo tiempo que mi desinterés.

El cristianismo se convirtió en un poder de este mundo en cuanto llegó a ser la religión oficial del Imperio Romano, a principios del siglo IV; y desde entonces, como todos los poderes de este mundo, ha sido buena y mala para la humanidad, no sé si en proporciones de cincuenta/cincuenta, pero así podría ser.

Parece, echando una mirada al mundo actual, que la mayoría de las personas no puede vivir sin un asidero religioso para sus inestables vidas. Con lo cual la Iglesia Católica seguirá teniendo un amplio campo en el que reclutar adeptos. Pero no pasa por su mejor momento.

Aunque se ha modernizado algo, el Concilio Vaticano II, fuente de esa modernización, queda ya muy lejos en la historia. Así que, o se moderniza más -supresión del celibato y admisión de la mujer en el sacerdocio y en la jerarquía, básicamente-, o seguirá languideciendo.

Aun mirando la cosa desde muy afuera, me gustaría que por ahí, por su modernización, pasaran los derroteros del porvenir. Sobre todo porque veo que, si la Iglesia Católica se actualiza poco, otras implantaciones religiosas se modernizan mucho menos, o claramente están en una involución esclavizante de sus creyentes.

E intentando vislumbrar algo en el futuro, pienso que la Iglesia nunca será un peligro general para la humanidad. En caso de conflicto, procurará montarse en el carro de los vencedores, como ha hecho siempre para pervivir. Y en tiempos de paz, siempre contará con creyentes fieles al mandamiento cristiano del amor fraterno.