Ayer, ya al final de mi caminata urbana, una señora, cargada con varias bolsas, me sonrió y me dio las gracias cuando le cedí el paso en un estrechamiento de la acera.
¿Qué por qué lo cuento? Porque ya esas formas de obligada cortesía se han vuelto insólitas. Y agrada comprobar que no han desaparecido del todo.
Hace unos minutos, mientras desayunaba solo en la cocina, oía en el programa de Carlos Alsina cómo éste, refiriéndose a Pablo Iglesias, decía que “es mentira” lo que el podemita dice cuando se excusa para no acudir a ser entrevistado en Más de uno.
Yo no dudo de la verdad del contenido de lo que afirma Alsina, lo que me suena raro es la expresión literal: “es mentira”.
Pero, claro, habiendo sido una fórmula tan repetida por el Presidente (en funciones) Pedro Sánchez, en el doble debate electoral, se diría que ha dado licencia a toda la ciudadanía de la nación española para que use lo que hasta hace poco se consideraba una bofetada verbal.
–Se dice “no es verdad”, nunca “es mentira”, nos decían, a mí y a mis compañeros, los curas y demás profesores cuando empezaron a asumir la tarea de hacer de nosotros personas educadas, en lugar de paletos silvestres.
Y ahora recuerdo, cómo no, la primera aventura de don Quijote, después de ser armado caballero en la venta. Cuando Juan Haldudo, el que estaba azotando a Andresillo en un bosque, pronuncia la palabra “miente”, referida a Andrés, don Quijote responde:
–¿”Miente” delante de mí, ruin villano? Por el sol que nos alumbra que estoy por pasaros de parte a parte con esta lanza.
La fina sensibilidad caballeresca de don Quijote no tolera tal voz en sus oídos.
Pero ya se ve que los oídos del actual paisanaje no son tan sensibles, sino más bien (o mal) lo contrario, y hay que acudir a expresiones cuanto más gruesas mejor, para que el interlocutor se entere de lo que estamos diciendo.
Malos tiempos para la cortesía, estúpidos.
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