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San Antonio

Ni siquiera en mis juveniles y lejanos años de seminarista me dio, en alguna ocasión, que yo recuerde, por informarme acerca de la vida del santo con el que comparto nombre. Tenía claro que había heredado nombre, no de un santo, sino de un tío materno, muerto en plena juventud poco antes de que yo naciera.

A medida que el descreimiento religioso se ha ido extendiendo en nuestro país, la celebración del santo, de la fiesta onomástica, ha ido perdiendo pujanza; a lo que ha contribuido, lógicamente, el ir poniendo, a los recién nacidos, nombres no sacados del santoral.

Celebramos mejor el cumpleaños. Pero hasta cierta edad. Mientras cada cumpleaños es un hito más en la carrera hacia el pleno desarrollo personal. Luego viene la decadencia: ¿vamos a celebrar el cumplimiento de otro año en nuestra carrera hacia la plenitud de la penuria, o sea la muerte?

Está bien que, a nivel mundial, se hayan implantado, y se sigan implantando, conmemoraciones laicas que respondan a la sensibilidad actual, mientras el antiguo santoral se va perdiendo en la bruma del pasado. Así, creo que ayer mismo era, todo lo contrario de una fiesta, el Día Contra la Explotación Infantil.

Queda mucha miseria en el mundo, y toda la relacionada con los niños es especialmente dolorosa: la miseria de la explotación, la de la desatención, la del abandono, la de la separación, la de la sobrealimentación, la de la sobreescolarización.

En fin, que lo de que hoy sea el día de San Antonio, o que dentro de poco sea el día del aniversario de mi nacimiento, para mí es irrelevante.

La vida es una lucha continua, y una bendición continua. Y una fiesta continua. Saber disfrutar de lo bueno que tenemos a nuestro alcance, y no andar amargándonos por lo que nos falta (¡pero lo tiene el vecino, qué putada!). Saber vivir.