La última guerra civil española terminó hace ochenta años. La larga dictadura de Franco terminó hace casi medio siglo.
Mi padre, un campesino pobre y analfabeto que hizo la guerra en el bando de Franco (porque en ese bando pilló el comienzo a toda su familia) murió viejo y gastado hace treinta y cinco años.
Los historiadores investigan y escriben libros y artículos. Es lo suyo. Los profesores de Historia enseñan su materia en las aulas. Es lo suyo. Los demás podemos leer un libro, comentar alguna preocupación con un amigo, pero no nos dedicamos a escudriñar en el pasado. Tenemos recuerdos, sí, cada uno los suyos. Y aspiraciones, sí, cada uno las suyas. Y problemas.
Para mí no es un problema dónde esté o deba estar enterrado Franco (ni dónde pueden estar enterrados los muertos de la guerra civil cuyos cuerpos se perdieron).
Si Franco está enterrado en una basílica, por qué limitarse a sacar de allí el cadáver de Franco; por qué no demoler también la basílica, si sabemos de sobra que la iglesia católica estuvo siempre en el bando del dictador y bendijo sus atrocidades. Por qué no destruimos todas las iglesias y capillas. Por qué no derribamos todas las estatuas y quemamos todos los cuadros de personajes históricos que cometieron crímenes.
Porque, sin renegar ni renunciar a nuestros recuerdos, miramos el ahora y el mañana, queremos resolver problemas, no crearlos.
Dondequiera que esté el cadáver de Franco, el sitio será un lugar de peregrinación y culto para unos cuantos indocumentados.
Y, de todos los seres humanos que han muerto en este planeta desde que nuestra especie existe, ¿cuántos, qué porcentaje está enterrado en los cementerios que conocemos? ¿Debemos dedicarnos todos a buscar huesos humanos para enterrarlos ‘debidamente’, o para incinerarlos y esparcir sus cenizas?
Seamos sensatos. Trabajemos y disfrutemos. No estamos en ninguna guerra, sino en democracia y en paz.
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