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Malos tiempos para…

La corrección lingüística, por ejemplo.

Ya lo eran antes del estado de alarma por la COVID-19. Antes de esta triste situación hemos vivido tiempos de mucha comodidad y de muchos egos inflados: me esfuerzo lo mínimo y doy por óptimo todo lo que sale de mí, sin filtros ni autocrítica.

Creo, leyendo los periódicos estos días, que ha aumentado el nivel de erratas y de incorrecciones. Y debemos ser considerados y comprensivos con ello: ahora el periodista escribe con mucho más estrés.

Pero el sentido del pudor tiene que mantenerse despierto en quienes escriben para muchos lectores, cuantos más mejor.

Hay que repasar lo que se escribe antes de darlo por bueno: es una norma básica. Hay que echar mano del diccionario –es tan fácil consultarlo: en el móvil…– siempre que nos surja la duda léxica; y optar por la construcción sintáctica más clara, con los indispensables signos de puntuación. Nuestro idioma es un tesoro muy grande: no lo despreciemos como si fuera calderilla.

Nos puede ayudar a mantenernos sensibles respecto a tal necesidad, la de escribir bien, el suscribirnos al boletín de la Fundación del Español Urgente (Fundéu BBVA). Además, la página web de esta Fundación, y la de la RAE, están a nuestro alcance con una ayuda impagable. Y gratuita.

Un cataclismo previsto

https://elpais.com/elpais/2020/03/21/opinion/1584787828_176852.html

SPQR

 

Un libro de historia y me evado del presente.

En el que estoy leyendo ahora, título en el título, de Mary Beard, voy por el año 133 antes de Cristo, año en que fueron masacrados Tiberio Sempronio Graco y sus partidarios:

El primero [en una secuencia de momentos críticos que marcaron las etapas de una progresiva degeneración del proceso político y en una sucesión de atrocidades que durante siglos poblaron la imaginación de los romanos] se produjo en el 133 a. C., cuando Tiberio Sempronio Graco, un tribuno de la plebe con planes radicales de distribuir tierras a los romanos pobres, decidió prolongar su mandato un segundo año. Para poner freno a esto, un grupo extraoficial de senadores y sus dependientes interrumpieron las elecciones, apalearon a Graco y a centenares de partidarios suyos hasta la muerte y lanzaron sus cuerpos al Tíber.

Y ya la violencia política y las guerras civiles no acabarán sino pasado un siglo, con el triunfo del que será el primer emperador, Octavio César.