No todo va a ser hablar –o escribir– acerca del coronavirus, o padecer su veneno. Venceremos al virus, y la solidaridad y cooperación a nivel mundial saldrán reforzadas.
Ahora lo que quiero es hacer una explicación de la explicación que fue mi entrada sobre El infinito en un junco, de Irene vallejo.
Mencionaba uno ahí a tres historiadores –Harari, Ferguson, Vallejo– cuya lectura le ha resultado de gran impacto: por su preparación, su capacidad de comunicación y por su honestidad y sencillez personal.
Esta tercera cualidad, aunque parezca que tiene poco que ver con el trabajo del historiador, es fundamental. Porque no es lo mismo que el autor parta de una posición ideológica, o política, muy definida, que si investiga y escribe desde su honesta, y humilde, perspectiva personal, siempre abierta a una posible modificación, a partir de los datos que va encontrando.
Es decir, un historiador es un intelectual independiente –valga la redundancia–, no está sometido a una escuela, a un partido político, a una ideología, a una teoría, a una religión.
Y el lector lo ve venir, presentarse con su bagaje de información, con su sensibilidad personal, su íntimo interés por esclarecer el pasado, su manera de contar y de escribir.
Si se suele decir, en literatura, que el ensayo es el hombre, por lo personal que es este género, una monografía histórica será un ensayo histórico o será un mamotreto de los que se hojean, se colocan en la estantería y se olvidan.
Un historiador no es un pontífice –y menos un acólito– de ninguna religión o poder, es un hombre –o una mujer– que ha investigado unos temas del pasado, y los expone desde su personalidad y perspectiva, y escribe con plena conciencia de que otros historiadores podrán venir después con otros datos y otra visión de ese pasado. Y así avanza el mundo.
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